Diario de León

| Crónica | Una década después ... |

Ruanda, cicatriz de un genocidio

Se cumplen diez años del comienzo de la masacre, con más de 800.000 de muertos y millones de desplazados ante la indiferencia internacional. Ahora, Sudán y Chad están en peligro

Un niño, sentado junto a su madre, mientras ésta descansa en el suelo, en un campo de refugiados

Un niño, sentado junto a su madre, mientras ésta descansa en el suelo, en un campo de refugiados

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Arantza Prádanos - madrid
León

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Hace un década un misil derribó el avión en el que viajaban juntos los presidentes de Ruanda y Burundi, Juvenal Habyarimana y Cyprien Ntaryamira, ambos de la etnia hutu. Era 6 de abril de 1994 y el infierno se desató horas después en el corazón de África. El doble magnicidio fue el punto de arranque de una orgía de sangre que acabó con casi un millón de muertos en Ruanda, integrantes casi todos de la minoría tutsi, y una diáspora de dos millones por el resto de los países de la región de los Grandes Lagos. Fueron tres meses de frenesí letal -para muchos perfectamente planificado- entre hutus y tutsis, un holocausto africano que se desarrolló ante la ceguera voluntaria de la comunidad internacional y del que ahora se cumple una década. Diez años después, la población ruandesa se esfuerza por cicatrizar sus heridas, las organizaciones humanitarias participantes le rinden tributo a su coraje para salir adelante y advierten del riesgo de incendio que amenaza otros conflictos olvidados en países cercanos como Sudán o Chad. «Ruanda debe servir para acordarnos de que no puede pasar nunca más». Para Jaime Durán, responsable de Cooperación Internacional de Cruz Roja para África, sólo la pasividad de la comunidad internacional, en un momento en el que aún pesaba en el fracaso de Naciones Unidas en Somalia y las antiguas potencias coloniales -Francia, Bélgica...- se desentendieron, explica la magnitud del genocidio ruandés y sus consecuencias a largo plazo. Lo reconocía hace unas semanas Romeo Dallaire, el general canadiense al frente de los escasos cascos azules enviados a aquel horror. «Estoy seguro de que habría habido más reacción (internacional) si alguien hubiese tratado de exterminar a los 300 gorilas que viven en las montañas de Ruanda», denuncia. Diez años después, las heridas persisten, las cicatrices todavía duelen en medio del esfuerzo por mirar adelante. Quedan cientos de miles de refugiados en campos dentro y fuera de las fronteras ruandesas, aún hoy se entierran restos humanos y una cantidad ingente de niños -en torno a 300.000, según algunos cálculos- vive en hogares sin ningún adulto que cuide de ellos. Las mujeres, el otro grupo más vulnerable, fueron víctimas principales -más de medio millón violadas sistemáticamente y usadas como instrumento de guerra- y hoy son artífice de buena parte de la recuperación en marcha. «Es impresionante cómo quieren seguir adelante, cómo se reúnen para hablar de sus experiencias traumáticas y ayudarse, cómo acogen a niños sin hogar», destaca Jaime Durán, admirado de los progresos logrados en una reconciliación civil «que a nosotros en España nos ha costado casi 30 años». En la actualidad, Ruanda, el pequeño país de las mi colinas vive una paz tensa bajo el gobierno del tutsi Paul Kagame. «Las lesiones físicas han cicatrizado pero todavía están abiertas las heridas del corazón», destaca una misionera de Manos Unidas en Ruanda. También siguen abiertas las brechas de la pobreza. Ruanda ocupa el puesto 158 de 175 en el índice de desarrollo humano de Naciones Unidas del 2003 y la esperanza media de vida de sus 8 millones largos de habitantes es de 39,3 años. La actividad de las organizaciones humanitarias se centra desde 1997 en proyectos de desarrollo -por orden del gobierno ruandés y ante los problemas de dependencia que creaba la ayuda humanitaria- educación, sanidad, microcréditos y reconciliación interétnica, entre otros. Ong's como Cruz Roja y Manos Unidas advierten contra el olvido de las necesidades de la población civil y piden un esfuerzo adicional a la sociedad española en aportaciones económicas para mantener en pie los proyectos de reconstrucción de un país devastado. «Es tan importante acudir a auxiliar en la emergencia como quedarse a ayudar para que salgan adelante», apostilla Durán. Hacen también un llamamiento a la comunidad internacional para atender a otras crisis emergentes e ignoradas en el continente negro. Desde verano pasado, más de 100.000 sudaneses de la región de Darfur han huido al exilio hacia Chad y otros 700.000 se han desplazado dentro de las fronteras sudanesas - el 90% mujeres y niños- para escapar de los ataques de los rebeldes y las bandas armadas; en Burundi sigue activa una guerra de 15 años, y en la República Democrática del Congo la paz no acaba de asentarse y las necesidades de amplias capas de la población son enormes.

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