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CRÉMER CONTRA CRÉMER

¡Que nos dejen como estamos!

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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A MEDIDA que transcurren los plazos legales para alcanzar el momento crucial de la aventura electoral, la de acercarse a las urnas esgrimiendo el arma letal de la papeleta del voto, las proposiciones, todavía no hay de ley, se hacen más apremiantes, más sólidas, más espectaculares. Nos ofrecen a los estupefactos electores, que no ganamos para sustos, no ya el loro y el moro, sino la tierra, el sol y las estrellas. Y de tal modo nos sentimos acosados, que acabamos por no saber a qué candidato quedarnos. Porque todos son valientes y honrados y eficaces, hasta que se demuestre lo contrario y todos forman parte de nuestro mundo, de nuestra vida, aunque ellos, sumidos en sus glorias y ambiciones, no se den cuenta de que si son lo que son se debe a la generosa posición del pueblo. Y este, el buen pueblo, que todo lo sufre y lo perdona y que hasta mantiene su esperanza y su confianza en quienes se prestan a gobernar y administrar la finca, escucha los ofrecimientos con la atención que presta la fe en lo que no vemos y recoge las frases que se esgrimen como rayos, con auténtica emoción. Y acepta, por más que no pueda evitar la ironía de una sonrisa, la solemnidad de las promesas, al modo como el pueblo judío escuchó a Moisés cuando expuso el contenido de las Tablas de la Ley. Porque podemos prometer, prometemos, -dicen los ardorosos candidatos-, escuelas, hospitales, ayudas a los ancianos y aumentos de toda clase de subsidios. Y haremos justicia al mismo ritmo que carreteras, puentes, ríos y hasta mares interiores. Daremos pan al hambriento y un lugar de acogimiento al peregrino. Todos tendrán derecho a un puesto a la lumbre bajo techado y no será tolerable la explotación del hombre por el hombre ni la venta, a trozos, de la tierra madre. Nadie pondrá puertas al campo, ni precio al aire que respiramos. Si nos votais, juntos conseguiremos la conquista del pan y de la felicidad posible. Eso dicen, eso dirán los ardientes capitanes de la hueste, enarbolando sus lanzas retóricas y desplegando sus banderas. Y nosotros, los humildes pobladores de este planeta azul que es la tierra, acudiremos a la llamada, no solamente por la influencia del discurso de cada uno de los paladines, sino porque las elecciones son las únicas armas de destrucción parcial que tenemos y a ellas hemos de recurrir en momentos de la importancia de las elecciones de aquellos que habrán de disponer de nuestras vidas y haciendas. Hubo un tiempo en el cual, por desaliento general, nos inclinaron por la abstención, acogiéndonos a la consigna unamuniana: «Que gobiernen ellos». Pero no es tiempo el nuestro de descolgarse, de eludir el compromiso que hemos contraído con nosotros mismos. Y hay que exigir el voto, como reclamamos el cumplimiento de las promesas que los capitanes han contraído. Porque lo peor que nos puede suceder en este trance es que decidamos que nos dejen como estamos. Porque no estamos bien. O al menos todo lo bien que pudiéramos estar. Porque nos merecemos una España mejor. Y porque en resumidas cuentas el destino de la humanidad no es la reconversión del ser humano en un mero objeto apto para la explotación, sino un instrumento para alcanzar la culminación deseada: La libertad bien entendida.