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Publicado por
LUIS ARTIGUE
León

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HAY QUIEN dice: si un ejercito enemigo invadiera este país tendría que llegar hasta mi lata de cerveza para que empezara a preocuparme, y hay quien, desde el sofá de casa, es capaz de ver el mundo. Sí, mirar y ver; pasar y quedarse; ponerse en el lugar de otros; imaginar. Ahora que tanto lo bueno como lo malo poseen un nivel global, ahora que se intenta que el planeta entero sea blanco, occidental, cristiano, heterosexual, de clase media y bebedor de Coca-Cola, conviene, para reafirmarnos un poco en nuestra individualidad y en nuestra identidad, fijarnos con empatía en lo minoritario, en lo excéntrico, lo exótico, lo otro. Así se elabora, dicen los entendidos, una cosmovisión en el sentido amplio; una idea propia del mundo. El cine comercialoide, las novelas baratas y George Bush intentan que veamos el mundo en clave de buenos y malos: el eje del bien y el eje del mal, los vaqueros y los indios, los detectives y los asesinos, el blanco y el negro. Siempre hay un colectivo al que demonizar -los indios, los comunistas, los masones, los musulmanes...- y cualquier disculpa resulta aceptable con tal de que desindividualicemos y, sin darnos cuenta, perdamos así nuestra individualidad. Pero no hay verdad ni bondad en esta globalización sin matices, ni humanidad en este pensamiento superficial y fácil que lleva a juzgar a los pueblos, las religiones y las conductas colectivas sin la menor autocrítica, y sin memoria histórica. Una idea propia del mundo se consigue viajando -no turisteando-, cuestionándose las propias costumbres, leyendo entre líneas los periódicos, tratando de ver detrás de la cortina al Mago de Oz que está moviendo los hilos cuando echan por la tele el telediario, y recordando quienes fuimos. Dicen ahora que nuestro enemigo principal es el terrorismo islámico pero parece que, a nivel profundo, nuestro enemigo se llamaba y se llama fundamentalismo, y se llama pobreza. El fundamentalismo tiene mucho que ver con la pobreza y la opresión, como la inmigración tiene también mucho que ver con la pobreza pues el estómago vacío genera el movimiento de los pueblos. Extraña que no suela hacerse la reflexión de que las actuales atrocidades que están sucediendo en el mundo a causa del fundamentalismo islámico tienen mucho que ver con la globalización económica y su injusto reparto mundial de la riqueza. Está claro que en los países con menor desarrollo económico -justamente los de mayor riqueza natural- anida con facilidad el fundamentalismo. Actualmente los estados occidentales dan la espalda a estos países del tercer mundo, e incluso delegan en las ONGs su responsabilidad política, económica y moral para con ellos. Mientras, sus decisiones en materia de economía global y política internacional ahondan en la desigualdad y, parece, favorecen indirectamente el fundamentalismo. Nosotros también fuimos una vez fundamentalistas, sólo hay que repasar la Historia. Pero las tortillas a veces dan la vuelta. Cuando uno visita la Alambra de Granada, por ejemplo, y repara en la belleza que los árabes nos trajeron cuando ellos estaban en su esplendor; cuando uno allí se queda mirando un azulejo, por ejemplo, decorado con miniaturas hechas a base de una paciencia virtuosa encomiable, no resulta descabellado pensar: ¿pero cómo no iban a echar a los árabes de la península con lo refinados que eran y lo brutos que eran los cristianos? Ahora, con tal de no ir a las causas, apelan a nuestros instintos elementales para que volvamos otra vez a lo de que los moros son malos y los cristianos buenos, como si todo se explicara en verdad de forma tan simple. ¿No creen que conviene forjarse una idea propia del mundo?

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