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Publicado por
Antonio Núñez
León

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COMO ya no quedaban apenas problemas que resolver esta semana -terrorismo, paro, la burbuja inmobiliaria, etcétera- el Pleno del Ayuntamiento de Barcelona decidió el martes agarrar el toro por los cuernos y afrontar de una vez por todas la gran cuestión que divide a la ciudadanía desde los lejanos tiempos de Joselito y Belmonte hasta los actuales de Paquirrín y Jesulín, pasando por Manolete y el Platanito, dicho sea por citar sólo media docena de figuras con suertes diversas en la fiesta nacional. Así que por 21 votos a favor (división de opiniones en el PSC catalán), quince en contra, contando los siete del PP, y dos abstenciones, las corridas de toros han sido declaradas non gratas en Barcelona, que también se proclama oficialmente a partir de ahora «ciudad antitaurina». La propuesta estaba avalada por la Asociación para la Defensa de los Derechos de los Animales (ADDA) y los partidos Ezquerra Republicana (Carod Rovira), CiU y los comunistas verdes de de ICV. Este tipo de acuerdos no son ni buenos ni malos en sí mismos -si acaso una chorrada oficial, aunque todo lo solemne que se quiera- entre otras cosas porque también se espera de las democracias que opten por «pan y circo» cuando en épocas de bonanza y paz no hace falta decantarse por «cañones o mantequilla». Si bien no se sabe todavía qué opina al respecto Bin Laden. Lo más que se puede criticar es que corran mejores tiempos para los toros que para la afición en todos los sentidos, cuando aún no se ha apagado todavía el eco de los últimos chupinazos de Atocha y leganés. Hay políticos tan sentimentales que muy bien podrían pasar por poetas líricos. Incluso es probable que les salieran mejor los versos que la aburrida prosa del boletín oficial. Tras una declaración institucional de que los toros y, en general, cualesquiera animales de cuatro patas «son organismos dotados de sensibilidad psíquica, además de física», el Ayuntamiento catalán se ha pronunciado en tan delicada cuestión por el sistema nada habitual del voto secreto. Libertad de conciencia y fuera la disciplina de partido para casos de fuerza mayor. O bruta. Un detalle así y tan exquisitamente democrático no se veía desde que el PSOE exigió votar en el Congreso el futuro de los otros animales de dos patas en la guerra de Irak, unos más cabestros y animales que otros, sin que se sepa todavía si el resultado fue juicioso o no, visto lo que está pasando, y aún no hemos visto casi nada. En cualquier caso debates como el de Barcelona ayudan a rebajar considerablemente la tensión en el tendido, de manera que, mientras se habla de toros, no se discute de los terroríficos problemas que lidia ahora el país. A eso se le llama en lenguaje taurino dar una larga cambiada. Ha cambiado mucho la política catalana desde que Maragall y Carod Rovira ganaron las elecciones. Consultados al respecto Espartaco y Blas Romero, el Platanito, ambos opinan que la cuestión taurina hubiera sido tratada con más tacto por la cuadrilla de Jordi Pujol. Por ejemplo: «¿No te quejabas Espartaco, macho, al tío de tu señora esposa, el tal Rodrigo Rato, de que uno de cada dos toros que matas es pa Hacienda? Pues aquí, en la plaza de las Arenas, nos das también el rabo del otro, digo a mayores el 3% y en paz». A lo que el diestro hubiera respondido seguramente, después de echar las cuentas, aquello otro de «va por usted». En cuanto al charnego pobre Platanito lo tendría más crudo, aunque siempre se podría llegar a un acuerdo: «señor Jordi, todo es toro, desde el pitón al rabo y está por desollar, pero quédese con él y deme a mí sóo el 3% y una oportunidad». Uno no sabría decir por qué, pero tiene la impresión de que lo que está pasando en el coso catalán puede trasladarse en breve al hemiciclo del Congreso de Madrid, que para los nacionalistas no deja de ser el medio coso de la otra España. O sea, soluciones radicales. Con toda la ganadería de Bin laden en el ruedo ibérico pasa tan desapercibido lo de la selección catalana de patinaje como la abolición del toro de Osborne, considerado éste último como símbolo del poder central o, como mínimo, del peaje de las autopistas de doble butifarra cuando en la España pobre tocamos apenas a medio chorizo del IRPF para coger carretera y manta. Y gracias. La afición anda un tanto distraída después de las elecciones, y no es para menos, con Bin Laden, alias el Espontáneo. Pero no conviene entrar al trapo de Maragall, Carod, Ibarretxe y compañía, ni perder el engaño. Se espera del paisano Rodríguez Zapatero, nuevo en la plaza, que componga la figura después del último «salto de la rana» electoral. Y que haga algo más que Don Tancredo.