Los isabeles
HAY UNA PROCESIÓN en Palencia enteramente de manolas, mujerío con peineta y mantilla negra, interminables filas de paisanas atacadas de lujo penitencial y blonda para lucir la cara más que el dolor orante, rosario de pedrería refulgente entre las manos, devocionario, escarapela, escapulario, insignia, medias de costura pecadora... Como todas las manolas, consumieron antes de la procesión una penitencia severísima de tres horas de arreglo y tocador, pínzame la sisa, recógeme unos dedos el faldón, no me aprietes tanto el moño, pásame el alfiler de azabache... Pero incluía esta procesión un esperpento propio: junto a las manolas iba todo un rebaño de manolitas, crías, guajas de palmo y medio que ya lucían todos los arreos pertinentes e impertinentes de las manolas manolazas, muñecas enmanoladas, nenas enjaezadas con su peineta reglamentaria y su cachondeo de palmito lucido, marijudits y marivanesas de cinco añitos en despendole procesional. Parecían fiebre y desmán. La manola es un atavismo creciente. Cada día que amanece el número de manolas crece. La manola es muy popular, a lo que se ve. Apuéstate algo en este corro de las vanidades de chapa y raso a que acabarán puestas en las taquillas de los cuarteles; la manola pone. Aquí tampoco se privan. Entraron las mujeres de paponas normalizando la igualdad de género y paño, pero mantienen su exclusivo privilegio de ir a rostro descubierto y patorra al aire si así les peta, incluso alguna lo hace de blanco para ir merendando tortilla de miradas y un musitado «chínchate, pedorri». La cosa del manoleo es a todas luces discriminación, una prerrogativa de sexo. Como no parece nada constitucional, habría que ir procediendo a normalizar la laguna y la ausencia, esto es, procede el meter manolos en la procesión, qué menos, porque suprimirse no se van a dejar suprimr ellas con esta marea de peinetas que inunda la calle. Manolos al canto, por favor; que salgan boris, ferrandos, vázqueces y marigóndolas vestidos de la Piquer con luto y mantillón y así se resuelven dos ausencias, los manolos y los gays, que también tienen su corazoncito y su hueco en la pasión. Y que llamen a su cofradía «los isabeles» por la reina católica que algún día canonizarán -empeño del leonés Pablo Díez-, consagrando así la lucha contra el moro que ahora renace y enardece.