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LOS SEFARDITAS siguen cantando con el aire culto del castellano del XVI; fue de lo poco que pudieron llevarse puesto cuando les echamos de España. Suena una canción que me pirra: «A la una yo nascí, a las dos me engrandesí, a las tres me hice amante... y a las cuatro me morí; me morí por un amor». Es un lamento musicalmente bellísimo; ¡da una pena más guapa!... dice Amelia la de Tomás. Y a las cuatro me morí; las cuatro en punto de la tarde de la vida, hora rara para morir, salvo por amor, que siempre va con la muerte del brazo o en su abrazo. A la una yo nascí... Aniceto Vidriales nasció en Manganeses, aunque le cebaron de crío en Astorga y le enflaquecieron después de mozo mandándole a estudiar letras y dogmas a Salamanca donde es profesor de gramática y cátedro en latines. Entre sus alumnos tuvo siempre una docena de jóvenes judíos hijos de prósperos comerciantes y hoy recuerda que hace ya casi veinte años que no les ve por clase; a ninguno; desde la expulsión oficial de 1492 no queda nadie. Don Aniceto llegó a ser decano hasta el día que entró en agrio debate de paraninfo con un joven profesor que defendía la validez gramatical del verbo «nacer», pues así lo pronuncia todo el vulgo en su hablar rodado. Le replicó el decano subiéndose al dogma y defendiendo como única acepción de diccionario la palabra «nascer», la original, la legítima heredera del latín y su grandeza. Hizo un larguísimo discurso: ha de prevalecer nascer frente a nacer, habló del nasciturus, nascimentos... Se acaloró en su defensa de tal modo, que llegó a casa congestionado. Apenas probó la sopa. Y exactamente a las cuatro se murió. «Se murió por un amor a la lengua castellana -dijo en sus exequias el vicerrector-, un amor excesivo». Los sefardíes siguen diciendo nascer porque es su única y lejana herencia, mimada y guardada. Admira ese patriotismo suyo de la lengua. Pero si los españoles no hubieran corrompido el latín con góticos y arabías, Cervantes habría escrito como en decretales de curia y sería un tostón. Gracias a que alguien fornicaba los latines y lo oficial, se empreñó el hablar y tenemos hoy una lengua fascinante. Prosigamos el fornicio. La burrada de hoy será diccionario mañana. La lengua nace y la hace el pueblo en su rodar. Y los puristas de la lengua nascen a la gloria académica a la una, pero mueren a las cuatro.