CORNADA DE LOBO
Reina de rojos
LO ÚNICO ROJO que había en la jura del cargo que hizo Zapatero en La Zarzuela eran el vestido de la reina (enteramente rojeras desde los zapatos a la solapa), el apellido del presidente del Senado y el terciopelo recamado de los cojines y el faldón que a modo de gualdrapa equina reviste hasta el suelo la mesita de jura o de promesa sobre la que reposa el librote de la Constitución y un pedazo Biblia valenciana del XVIII junto a un crucifijo que tiene la peana de un cáliz de mucho lujo y repuje (cruz y texto sagrado lo «exige» sin duda la aconfesionalidad de un Estado que se proclama laico; cuando el Corán pida su sitio en esa mesita, va a ser la risa). Rojo, lo que se dice rojo, allí no asomaba nada más. Después estaban las corbatas, que ya quedó sentado que no son nada inocentes, especialmente en estas ocasiones ceremoniales en las que sin duda se eligen con todo cálculo e intención. Las de Zapatero y Aznar eran híbridas de grises y muy similares, extrañamente parecidas, como sus trajes (¿dos que duermen en el mismo colchón se hacen de igual condición?). También de rayas era la corbata de Moratinos. En estas corbatas las rayas al bies trazan siempre su inclinación y caída a la derecha; es curioso. La corbata del rey, sin embargo, era negra; y eso también es curioso o un luto por el Aznar caído, que le cae bien. Ayer volvió Zapatero a La Zarzuela con todo su gobierno para que juraran cargos sobre la mesita de marras que no había perdido durante la noche ninguno de sus atributos. Eran ocho corbatas, ocho y sólo una roja (azul la de Papes), y ocho vestidos (tres con pantalones); sólo los de la Narbona y la Trujillo parecían enrojecidos de lejos, pero de cerca eran butano y púrpura. La sorpresa la pusieron de nuevo los monarcas: la reina iba enteramente de blanco rosita pálido, como de Pascua y estrenando; y la corbata del rey era rojilla, aunque con cuadritos blancos sembrados; ¿un guiño a los nuevos?; tela. Las paisanas ministras -compañera ministra, dice un jefe de prensa- se portaron en vestimentas y cada cual fue como quiso liberando el rígido y modorro uniforme en el que se embuten siempre los paisanos sin una sola excepción que confirme reglas. Bien por las paisanas. Que sea ello señal de pluralidades, liberalidades y gestos, que la vida no es otra cosa.