Cerrar

CRÉMER CONTRA CRÉMER

El debate de la investidura

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

Creado:

Actualizado:

HE DEJADO pasar varios días, porque el contenido del debate de investidura de un presidente del Gobierno de España, no es para seguirlo con los motores en marcha. Es obligado, entre otras precauciones, crearse un especio de soledad, de silencio y de tranquilidad para no perderse en consideraciones estilistas o en nubes de ambigüedades. Un debate de este rango obliga a intentar al menos adquirir sobre la marcha un talante (término este de «talante» manejando con profusión por los actores) análogo en densidad de atención al que los principales protagonistas mantenían. Se diferencia un debate de investidura de un debate parlamentario a secas en que los que intervienen lo hacen con cierta medrosidad, como si este fuera el ejercicio para el examen que les puede conferir el título de lo que fuere. José Luis Rodríguez Zapatero se presentaba ante la Cámara Suprema para exponer su plan de gobernabilidad y solicitar humildemente el apoyo de los grupos políticos. Don Mariano Rajoy, aparecía como jefe de la oposición, dispuesto a no concederle al candidato el aval demandado y, ya, de paso, a ponerle de vuelta y media, dispuesto, en discursos muy preparados y agresivos, como es lo que corresponde a un opositor que se precie a despellejarle vivo al rival. Los escaños, estrados y plateas de invitados aparecían cuajadas de señores dispuestos recién nacidos los cuales, también como mandan los reglamentos, aparecían dispuestos a tomar parte en la bronca o guerra ideológica, cuando la intencionalidad del párrafo lo demandara. Como nosotros, los del pueblo, no teníamos invitación, nos vimos obligados a sobornar a un hujier para que nos metiera en la sala de matute y nos proporcionara un asiento. Como suele pasarnos casi siempre, cuando llegamos habían pasado por el estrado los principales y solamente nos fue permitido escuchar la réplica del señor Rajoy, en nombre de la santa oposición, surcada de intencionadas frases muy críticas y a continuación, a la contestación que legalmente le correspondía al señor Zapatero. Al cabo de horas de paciente seguimiento, salimos de la santa Cámara parlamentaria con algún sofoco, pues ni nos enteramos bien de los discursos en toda su letra y su música, ni se nos quedaron en la memoria otros conceptos, términos, sustantivos o lo que resultaren de «Talante» y «Pacto contra el terrorismo». Posiblemente los dos principales contrincantes manejarían conceptos más diversos y sugerentes, pero quizá por nuestras probadas incapacidades nos fue imposible retener una arquitectura válida con el material dialéctico que se manejó. Lo que sí nos fue fácil asegurar al final fue que don José Luis Rodríguez Zapatero, leonés de oficio y de vocación, habría de resultar vencedor. Eso ya lo sabíamos de antemano, porque compañeros muy queridos y admirados nos habían asegurado el triunfo de don José Luis desde los primeros días de su proclamación como candidato. ¡Ya contamos con un leonés en La Moncloa! Ya suenan las campanas de gloria. ¡Coña, José Luis, no nos falles!