Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Camisas viejas de lo que venga

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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A LO MEJOR es que a mí no me apetece mandar, mandar y mandar, sino todo lo contrario, por la fuerza de la costumbre. Desde mi tiernísima infancia me he tenido por un chico bien mandado y salvo alguna salida de tono o de pie de banco que me haya podido influir aviesamente he procurado surtirme de libertad personal, que es la única forma de libertad que el ser humano puede conseguir, no sin trabajos, sacrificios y contratiempos. De ahí que no me parezca ni pecaminoso ni extravagante que aparezcan en el panorama por el que transito, hombres y mujeres -sobre todo mujeres, desde los últimos veinticinco años, dicho sea sin el menor espíritu crítico, sino todo lo contrario)- pues digo, quería decir que no me causa ni incomodidad ni desaliento personal comprobar cómo los miembros, casi todos los miembros de la sociedad. Así que se produce una reforma, un cambio, una rectificación en lo que pudiéramos llamar fábrica de mandos, cargas y enchufes, salen a la superficie muchos animosos buscadores de oro, dispuestos a ofrecerse al patrón para cualquiera de las funciones que guste mandar. O sea, como primer paso para culminar la carrera, se hace indispensable establecer contacto con aquel grupo favorecido por todos los vientos que se dispone a ocupar alguno de los espacios disponibles. No es un fenómeno de transfuguismo pues que no se trata de cambiar de chaqueta sino de conseguir la casaca de los colores del que manda. Ni tampoco todos los que acuden al cebo son barbos, sino a veces simples curiosos a los que les conceden los dioses el toque milagroso de la varita mágica. En España la huesta variopinta de los trepadores es amplísima. Lo que sucede en esta clase de manipulaciones es que así que el «pelota» de base consigue el puesto que tiene allí, va restableciendo su color natural y al cabo de un par de días no se le nota la pegatina. Se hicieron famosos entre otros, los somatenes de Primo de Rivera, a los cuales acudían, como las moscas todos los aspirantes a algo en la provincia y de la noche a la mañana, los arriscados rojiblancos de la república aparecían como camisas viejas, o si se terciaba como monagos desde la infancia en la parroquia de su pueblo. Los partidos turnantes del siglo XIX, tan memorables y contradictorios, se hicieron famosos en el mundo y la historia recoge su inserción en la gobernación de España, sin acritud. Estas meditaciones que me permito mientras se enfría el café del desayuno no suponen una crítica para nadie, sino una pincelada costumbrista para conocer el color, el género y la condición de tantos y cuantos se incorporan a la fundamental tarea de empujar el carro de la gobernación del país precisamente en este momento crucial. Sucede que a muchos no nos importa la complicada tarea de acomodo de los trepadores. Más aún, nos causan pena, porque siempre es triste ver cómo se despeñan muchos de los que a fuerza de arrastrarse y escalar puestos, terminan estrellados contra las piedras del camino. La Manolita del barrio, replicaba a las mujeronas que le gritaban al paso: «Si me tiene que llevar el diablo, que me lleve en coche». Y se la llevó.

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