A LA ÚLTIMA
La casa de tu vida
PEOR INCLUSO de lo que suponíamos debe ser la situación de la vivienda en España, cuando para conseguir una hay gente capaz de jugarse el pellejo. Tal ocurre en un nuevo programa televisivo llamado La casa de tu vida , el nuevo programa de una conocida cadena de televisión que ahonda, sin pretenderlo, en el drama social de cuantos sueñan insomnes con el quimérico derecho constitucional a vivir entre cuatro paredes. Sin embargo, pese a lo lacerante que resulta la utilización de esa carencia para construir un espectáculo, un concurso, lo más llamativo del programa tal vez sea la naturaleza de los concursantes. Cabría decir que los encargados de la selección se han pasado esta vez muchísimo. En La casa de tu vida hay de todo, menos personas normales. O, dicho de una manera mucho más sueve, la representación de éstas, de las personas normales, quiero decir, es proporcionalmente mínima. De inicio, siete parejas compitan, mediante la ejecución de trabajos de acabado interior de una especie de chalet situado en la sierra madrileña, pro quedárselo. Hay parejas de Tarrasa, de Cádiz, de Huesca, de Córdoba, que pugnan por ganar esa casa de su vida, pero ¿qué demonios harían allí, entre riscos, en el quinto pino? ¿Se presentarán también al concurso de un helicóptero que les permita acudir al trabajo en sus lugares de origen? ¿Entra, por ventura, el trabajo en sus planes? De la observación de la mayoría de esas parejas, empero, resultan irrelevantes esas consideraciones: hay dos sado-masoquistas cuya voz cantante, o sea, la parte sádica, la llevan sendas ciudadanas terroríficas, una de las cuales dice ser una virgen cristiana. Otra, compuesta por un peluquero italiano y una mamá neurótica (tienen cinco hijos), insultan y amenazan a todo quisque; otra, integrada por dos amigas de Vallecas, responden con enormidades castizas (¡perro judío!) a la anterior; otra la constituyen dos gays que se conocieron por Internet y que quieren casarse en directo, y así hasta completar el asombroso elenco de los huéspedes que intentan resolver, así, el problema de la vivienda. Viéndoles, observando sus comportamientos diarios, acude a uno la idea de que vivir debajo de un puente, como Carpanta, debe ser preferible a eso.