Diario de León

LITURGIA DOMINICAL

Junto al lago de Tiberíades

Publicado por
JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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CUANDO uno viaja a la tierra de Jesús se vuelve con muchos recuerdos en el corazón y muchas imágenes en los ojos. Una de las más sugestivas es la de aquella capilla de piedras de basalto que parece una nave anclada a la orilla misma del lago de Tiberíades. Hasta allí había llegado ya en el siglo IV la peregrina Eteria, buscando los lugares en los que el mensaje evangélico había encontrado sus primeros ecos. Aquella mujer andariega describía incluso las siete piedras, bañadas por las aguas, que le recordaban el paso de Jesús. A ese lugar habría de llegar en el siglo XX, Pablo VI, el primero de los sucesores de Pedro que volvía al centro mismo de la vocación apostólica. Mientras el Concilio estaba todavía en marcha, el Papa se arrodillaba ante aquella roca que recuerda el sitio donde Jesús confirió a Pedro la primacía entre sus discípulos. Y a esa ribera del lago de Tiberíades, o de Galilea, nos acercamos hoy nosotros, siguiendo el hilo del texto evangélico que se proclama en la eucaristía del tercer domingo de Pascua. Del recuerdo a la intimidad En este relato (Jn 21, 1-19), que recoge una aparición de Jesús a siete de sus discípulos, es Pedro el protagonista. Tanto que es como una recapitulación de su profesión, de su vocación y su misión. - En primer lugar, su profesión de pescador, con frecuencia poco afortunado. Sus redadas mejores no se deben a su experiencia en el mar, sino a la presencia de Jesús. - Después, se recuerda su vocación. A la orilla de este lago, él y su hermano Andrés habían sido llamados por Jesús para una tarea que habría de empeñar toda su vida. Ahora se repite la llamada: «Sígueme». - Y, finalmente, su misión. Cuando Jesús lo llamó, le prometió hacer de él un «pescador de hombres». Ahora lo convierte en «pastor» y le pide que apaciente sus corderos y sus ovejas. Junto a estos tres detalles que recuerdan su pasado, hay otros tres que revelan un clima de intimidad con el Señor resucitado: el almuerzo compartido, la triple profesión de amor por parte de Pedro y la revelación de la muerte que habrá de afrontar el Apóstol. Es el Señor A pesar de su belleza, traicionaríamos el relato evangélico si olvidáramos la frase más importante: «Es el Señor». Con ella el discípulo amado descubre a Pedro la identidad del personaje que se les presenta al amanecer, a la orilla del lago. ¿ «Es el Señor». No es fácil reconocerlo en los momentos de dolor y de miedo, de turbación y cansancio. Sólo la fe nos lleva a descubrirlo cuando los ojos no perciben más que tinieblas. ¿ «Es el Señor». No contamos con él cuando las cosas nos van bien, cuando nos afanamos por sacarle el jugo al presente. La esperanza nos invita a vivir aguardando «al que es, el que era y el que viene». ¿ «Es el Señor». No conservamos su imagen en nuestros ojos cuando sólo nos miramos a nosotros mismos. El amor nos concede el don de descubrirlo en todos nuestros hermanos. - Señor Jesús resucitado, tú has querido acercarte a nosotros para que vivamos del milagro de tu vida. Sabemos que estás vivo y nos acompañas cada día. Gloria a ti por los siglos. Amén.

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