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Publicado por
LUIS ARTIGUE
León

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EL QUE más empuje, el que más compre, el que más venda... Hablamos de cultura y no sabemos a ciencia cierta de lo que hablamos, nos falta algo para ser felices y no acertamos a decir qué, nos sentimos insatisfechos como si la vida no nos llenara a veces, como si hiciera falta algo más. Bueno, pues la cultura es ese motor que intensifica la existencia. Vale que vivimos tiempos en los que lo cultural se confunde con el espectáculo, tiempos en los que se ha vuelto una guinda para muchos dirigentes públicos, y una extravagancia para gran parte de la sociedad, pero nuestras necesidades como seres humanos siguen siendo las mismas. Todo hombre, claro, tiene una parte animal. Este lado elemental impone sus necesidades o cadenas pero en todos nosotros se encuentra también el espíritu. La cultura se define como el esfuerzo del hombre por pulir su lado animal avanzando así espiritualmente. Es la libertad posible. El auténtico más allá. Hay quienes viven rutinariamente de la cultura como podrían hacerlo del urbanismo, pero existen aún quienes viven la cultura con emoción, quienes están al tanto de su importancia porque saben que es ese área el que hace al hombre hombre, el que lo completa, lo eleva, lo reanima y le invita a observar la deslumbrante luz de la inteligencia, y a oler la delicada fragancia de la sensibilidad, y a saborear el exótico plato con muchas especias de la imaginación, y a preservar la ética para naufragos, y a crecer de verdad. Necesitamos la cultura como necesitamos los sueños, como precisamos de las esperanzas y la utopía porque no todo tiene que ser útil, ni mayoritario, ni banal, ni vulgar. Sin embargo últimamente se mira tantas veces la cultura con ojos viciados, atendiendo a sus dividendos como si fuera un mero mecanismo de producción, o a la rentabilidad electoral como si fuera otra estrategia más de campaña, que se haca necesario y urgente preguntarnos qué es la cultura, para qué sirve, quién debe promoverla y quienes trabajar en ella o por ella. Decimos cultura y no nos referimos al entretenimiento -sin duda necesario y, a veces, saludable-, tampoco hablamos de meras vivencias sino de experiencia, de eso que pasa por nosotros y nos hace en algo diferentes, y nos modifica la percepción del mundo y de la vida, aunque sea mínimamente. Un libro de poemas, un buen disco, danza, cine, teatro, arte, música en directo... Necesitamos ese refinamiento espiritual y los medios de comunicación, sobre todo la televisión, deben ser muy conscientes de ello para que las próximas generaciones no se declaren en bancarrota intelectual, emocional y moral. Necesitamos que se nos faciliten los instrumentos para que podamos educar individualmente nuestro gusto, y necesitamos que se respete nuestro gusto, por minoritario que parezca. La belleza es minoritaria pero imprescindible para la vida plena. El amor resulta cada vez más efímero e infrecuente pero nos distingue de los animales. Toda vida resulta finita pero el amor y el arte pueden volverla sustancia de eternidad. Está claro que la cultura es un refinamiento que implica esfuerzo y disciplina individual, sí, pero logra convertir la necesidad en libertad, y completa la vida, y satisface en mayor grado al ser humano despierto, y amplía así sus horizontes. Por eso todos necesitamos que no se minimice su importancia, ni se tergiverse su sentido, ni se use como acomodo o comodín. De hecho según el reparto de papeles de nuestra sociedad les toca a los juristas ocuparse de los asuntos legales, y a los arquitectos y aparejadores diseñar viviendas, claro, pero ¿son quienes viven en la cultura los que viven de la cultura?

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