CRÉMER CONTRA CRÉMER
Las carreteras de la muerte
EN ESPAÑA mueren aplastados entre fragor de metales y gemidos de agonía, no menos de cuatro mil seres humanos, una docena más o menos, y es un consuelo conocer, a través de los servicios especiales de contabilidad de la Dirección General de Tráfico, que cada año rebajamos el número de víctimas en un diez por cuento cuando menos. En este año de gracia o por mejor decir, de desgracia del 2004, los servicios contables, atentos al pormenor de las víctimas en las carreteras, caminos y senderucos de España han anotado al final del famoso puente de la Pasión, o sea de las vacaciones de la Semana Santa, nada más que ciento dos muertos y un número todavía sin diagnosticar de heridos graves, menos graves y jodidos. Esto sí que es la guerra, y no la de Merimee. Como consuelo sin duda, porque para ejemplo de dominio de la técnica estos números no valen, se anota que el año pasado, o sea en el 2003, los muertos alcanzaron la escalofriante cifra de 128 difuntos, sin sacramentos. Y esto, lo diga Cascos o lo diga el Nuncio, es además de una barbaridad de muertes, una demostración de incompetencia, de descuido, de no estar al loro, sino al oro. Ya sabemos que no son más diestros y previsores en Alemania, en Francia, en Italia o en Macedonia y que en todas partes cuecen fabes, lo sabemos, pero, aunque con harto sentimiento del alma, no tenemos ni ánimo ni lágrimas para todos, y hemos de dedicar nuestros sentimientos y nuestras críticas a lo que directamente nos afecta, porque la caridad bien entendida empieza por uno mismo. Hubo un tiempo en el cual muchos de los señores ministros, para alejar sospechas sobre capacidades personales operativas, culpaban de tantísimo quebranto a las «infraestructuras». Cada vez que en mi pueblo se citaba, al azar, y sin saber exactamente lo que significaba el término, lo de la estructura, nos echábamos a temblar y el señor cura párroco ordenaba tocar la campana María, que es la que sirve para anunciar catástrofes. Luego, al correr del tiempo y con la valiosa ayuda de la Universidad, llegamos a saber que por «estructura» debe entenderse, por ejemplo, la carretera de León a Ponferrada. Y ya tuvimos la revelación: A León, a España le hacen falta muchas estructuras, porque de lo que adolece, además de la falta de puestos de trabajo para moros y cristianos, es de un plan general de estructuras, es decir de carreteras. Y es que, como dice el Sindo, que iba para concejal, se nos van las ideas al cielo con lo de los aeropuertos y no nos fijamos en que no tenemos estructuras suficientes o sea carreteras para nuestros coches. El refranero del Marqués de Santillana, en uno de sus capítulos más actualizables viene a decir: «Viajero que se fía de las estructuras/ acaba en la espultura». Y algo habrá que hacer con tantísimo homicida en la carretera para corregir esta tendencia hispano-árabe a morir con las estructuras puestas. Porque a las estructuras las salen socavones y para morir en la carretera sobran las prisas.