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LOS CURAS con escopeta en bandolera son estampa rural de una España estofada a tiros detrás de pichones, perdices y liberales. El padre Isla era escopetero furibundo cuando recalaba por Valderas y repasaba aquellos rastrojos con perrina y espingarda. A los párrocos de presencia les gustaba el cartulaje de la partidina y después ir a cazar con el alcandón y el médico confirmando unos triunviratos rústicos del poder local que ya han desaparecido porque en los pueblos ya no quedan galenos que certifiquen la moribundia ni párrocos que les lleven el viático; tampoco quedan perdices que no sean de granja, pero esta es otra maldita defunción. Lo de una escopeta en mano de presbítero se hace tan difícil de entender desde la fe y la paz como a san Pedro con una espada al cinto cortando orejas en el olivar de la oración dormida. La figura del cura guerrillero en la francesada o en la insurgencia boliviana son relativamente habituales en nuestra historia. También lo fueron los curas trabucaires adictos con furias divinas a la carlistada o aquellos capuchinos leoneses que hacían guardia con mosquetón controlando la entrada a la ciudad por La Corredera en los primeros momentos de nuestra guerra civil (quien a tiros mata...). Pero ver a un cura hoy con escopeta y no matando perdices ni rojos, sino cigüeñas, se hace especialmente paradójico. Dos aves son intocables en nuestra cultura, golondrinas y cigüeñas, y ni al más criminal se le toleraba que les pusiera un perdigón encima. Se decía de las golondrinas que habían sido las que desclavaron con sus picos las espinas de la frente del Redentor crucificado; y en cuanto a las cigüeñas, se las ha considerado un emblema de natalidad fecunda y limpiadoras del campo engullendo sapos, culebras y saltipajos de toda ralea. Pero ahora a las cigüeñas les ha salido depredador y alguna paisanada que las profesa tirria sarracena. ¿Incomodan? Al párroco de Villamuñío hay quien le acusa de estar tras el abatimiendo a cartuchazos de la pareja de cigüeñas que se habían empadronado en el tejado de su templo. La proliferación de esta especie con la iglesia ya ha topado. No es el primer caso. Dañan techumbres, espadañas y exasperan al páter... noster. Si no fue por su mano, fue gatillazo por él inducido, dicen quienes le acusan. San Francisco de Asís le está esperando.