Diario de León

LITURGIA DOMINICAL

El buen pastor

Publicado por
JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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ALGUNA vez hemos visto cómo los extranjeros se esforzaban por fotografiar desde el tren los rebaños que todavía se ven en nuestros campos. Para muchos de ellos ese espectáculo es totalmente novedoso y desacostumbrado. Para nosotros mismos, resulta cada vez más lejana la figura del pastor que dedica su tiempo a las ovejas. No hay muchas vocaciones para pastores. Es de temer que en un futuro muy próximo, este trabajo -si es que todavía subsiste- será ejercido por emigrantes. En la cultura bíblica el pastor recordaba la historia misma del pueblo y sus valores más genuinos. Abel es presentado como el prototipo de los pastores. Ese oficio identifica también a los grandes héroes del pueblo, como Abraham y su hijo Isaac, Jacob y sus hijos, Moisés y el mismo rey David. Hasta se llega a imaginar a Dios como el verdadero pastor de su pueblo y de cada uno de sus miembros, que cantan confiados: «El Señor es mi pastor, nada me puede faltar» (Sal 23,1). En este cuarto domingo de Pascua evocamos cada año la figura de Jesús, bajo la imagen del buen pastor. El evangelio se toma siempre del capítulo 10 de San Juan. En este año leemos un breve pasaje que resulta muy claro e intuitivo: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna, no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10, 27-28). Un presente de fe Al comentar este texto, Santo Tomás de Aquino se fija en esa continuación alternada de cuatro acciones, entrelazadas al modo de un diálogo, que reflejan la relación actual existente entre Jesús y sus discípulos. Primero se menciona lo que nosotros hacemos: escuchamos su voz, creyendo y obedeciendo sus mandatos. Después está lo que él hace: nos conoce, con lo cual nos demuestra su amor y aprobación. En tercer lugar, por nuestra parte, le seguimos imitándole por los caminos de la mansedumbre y la inocencia. Y en cuarto lugar, Él nos corresponde dándonos la vida de la gloria. El premio futuro La cuádruple relación entre el pastor y sus ovejas concluye con una promesa que trasciende los límites del presente: «No perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano». En esas palabras, referidas al futuro, se fundamenta nuestra esperanza. ¿ «No perecerán para siempre». El premio que se nos promete es incorruptible. Y por otra parte, el receptor no puede custodiarlo mal, dice el mismo Santo Tomás. Nuestra frivolidad actual no rechazará el don de la vida eterna que el Señor nos promete. ¿ «Nadie las arrebatará de mi mano». Nuestra suerte eterna no puede quedar a merced de alguien que pudiera forzar la protección y la misericordia del Señor. Nadie es más fuerte ni más diligente que nuestro Pastor. En él descansa nuestra humilde confianza. ¿ Señor Jesús, te reconocemos como Pastor y amigo. Sabemos que caminas a nuestro lado, nos proteges con tu vigilancia providente y nos aseguras un premio eterno, que eres Tú mismo. En ti confiamos. Amén.

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