CRÉMER CONTRA CRÉMER
El presidente no tiene quien le escriba
ESTO QUE usted se dispone a leer es como un cuento para dormir a niños pobres: Era que se era un Presidente que no tenía quien le escribiera y ello le sumía en una profunda desazón, como si hubiera perdido una gran batalla. Podía vivir en su Palacio, tan feliz y contento, con su amada a la sombra y un perro amaestrado por el canciller del ramo, pero el Presidente no era feliz, porque nadie le escribía. Y no había nada que más deseara que conseguir, por ejemplo, una comunicación, una carta, una esquela escrita del puño de su rival, el conde de Sumurmujo. Pero éste, nadie se lo explicaba, se resistía a escribir al Presidente y este comportamiento contribuía grandemente a intensificar la irritación del Presidente. «Le pido solamente que exprese por escrito su posición sobre el movimiento táctico ideado por mí para la ubicación de las tropas». El Presidente no pedía más. Pero el Conde obstinadamente se negaba a escribir al Presidente. Y los soldados permanecían a la espera de órdenes concretas, que no se producían precisamente porque el Conde rebelde no quería escribirle al Presidente. Hasta tal punto llegaron las cosas en el reino que el Presidente en un decreto que mandó extender incluso por los territorios de soberanía, advirtió urbi et orbi: «Si el Conde no me escribe, yo no doy las órdenes obligadas para que se muevan las tropas». Y el pueblo entero se postró a los pies de la santa imagen del patrono Santiago Matamoros rogándole con lágrimas en los ojos: «Santiago y cierra España, pero antes convence al Conde para que escriba al Presidente». Y los días sucedían sin que se advirtieran señales de que al fin el Conde se dispusiera a ceder, para conformar al desdeñado Presidente, que lo único que pedía era que el Conde le escribiera; porque era tremendo comprobar que el Presidente no tenía quien le escribiera. En Palacio se extendía un clima de desánimo, de melancolía, de desgana total y los fieles vasallos temieron que aquello podía acabar en una catástrofe como cuando se pierde una batalla o un referéndum. Los copleros de la casa, reconstruían los viejos romances dolorosos de Casa y Corte: «Las farolas de Palacio/ ya no quieren alumbrar/ porque ha resuelto el Conde/ callar, callar y callar». Y así pasaron los días y antes de que entre los soldados se produjera un movimiento insurreccional, que es fenómeno que se suele producir en casos parecidos al del Presidente que no tiene quien le escriba, el Conde llamó a zafarrancho de combate y anunció: «Acepto. Le escribí. Esta es la carta». Y mostró en su mano un comunicado escrito en cartulina de canto dorado, en el cual, con letra gótica, el Conde al final escribía al Presidente lo siguiente: «Es asaz pesado, señor Presidente. Haga usted lo que deba hacer con soldaditos y o les releva, o les obliga a hacer la instrucción según el reglamento o les permite irse a sus hogares». Y así que, cuando el Presidente recibió la citada comunicación se echó a llorar de alegría, porque al fin y al cabo el presidente, después de todo, ya tenía quien le escribiera...