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Publicado por
Antonio Núñez
León

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EN EL espaguetti-wertern de la política española tras la guerra de Irak con el bueno (Zapatero), el feo (Rajoy) y el malo (Aznar) ocupando todos los primeros planos han pasado injustamente desapercibidos estos días otros personajes de película. La juez Teresa Palacios, de la Audiencia Nacional, acaba de sentar en el banquillo nada menos que al presidente del Banco Santander, Emilio Botín, al ex presidente del Central Hispano, señor Amusátegui, y al también ex consejero delegado de éste último, Angel Corcóstegui, por haberse supuestamente trajinado la nada despreciable cantidad de 164 millones de euros, equivalentes, más o menos a 27.000 millones de las desaparecidas pesetas (tanto desaparecieron que han volado). Otra noticia que se ha colado, como quien dice, por la puerta de atrás de los periódicos es que otro juez ha ordenado que enchironen en la prisión de Sevilla, aunque también por la puerta de atrás -quien sabe si la tarde menos pensada vuelve a salir por la grande de la Maestranza- al ex diplomatíco y ex financiero señor De Prado y Colón de Carbajal por afanar otros dos mil millones de pesetas, no menos volalilizadas, a los moros de Kío. En los juzgados y en las cárceles españolas hasta ahora todo el mundo se quejaba de falta de financiación para dictar y hacer cumplir justicia. «Será por la clientela», ha remachado no sin sorma el tabernero de mi barrio, después de echar una ojeada a la suya en la hora de la partida, cuando todos se hacen trampas. Lo que ya no podrá decirse es que los jueces carecen de justiciables de pastín y postín ni que en las cárceles no vaya a mejorar el rancho, si bien el tabernero y yo, que perdemos regularmente en el mus y en la vida por jugar siempre a nones, añoramos los viejos y buenos tiempos del compadre Eleuterio Sánchez, alias el Lute, que sólo robaba gallinas y así le fue. Sobre De Prado y Colón de Carbajal aseguran las crónicas que ha entrado en el trullo por ocultar y negarse a devolver los ya dichos dos millones de talegos , lo que le supondrá una condena de dos años y un día. O sea, a tres millones diarios de las pesetas desaparecidas y, encima, a pensión completa. Echadas las cuentas, a un servidor que le registren, pero estaría dispuesto a ir voluntario si su señoría nos dice dónde hay que apuntarse. En cuanto a los señores Botín, Amusátegui y Corcóstegui, están acusados por la juez Palacios de un presunto delito de «administración indebida» o, en su defecto, de «administración desleal» -a ver si aprendes Lute, macho, a gestionar el gallinero- por autoadjudicarse indemnizaciones galácticas cuando quedaron despedidos al fusionarse ambos bancos: Amusátegui cobró por jubilarse 43 millones de euros, más dos pensiones vitalicias de otros siete millones al año, y dicen que Corcóstegui se embolsó otro tanto, también en concepto de jubilación anticipada por «estrés laboral», o, al menos, eso es lo que cuentan los periódicos después de echarle un sumario vistazo al sumario. Según dicen igualmente los papeles, el empapelado Botin no apañó ni un duro, pero firmó los cheques, el sabrá por qué. Tal vez la juez haya pensado que hay apellidos que mosquean de entrada. Haciendo la cuenta de la vieja recontaba también uno la lista de ajusticiables y ajusticiados de cuello duro durante la última década: los Albertos, con sus gabardinas de cuello incluso reversible, el catalán Javier de la Rosa, indultado antaño por Pujol de la cárcel Modelo de Barcelona por su conducta modélica, Roldán o el propio Mario Conde, al que se le ha perdido el rastro en los periódicos: se desconoce si sigue en la trena, pero en el paro seguro que no. Ayer, que fue Primero de Mayo, se habló mucho en los mítines de la guerra de Irak, de la inestabilidad en el empleo de charnegos, maquetos y demás morenía hispana, y de las ansias de petróleo del gringo Bush, pero poco de los contratos basura de Amusátegui y compañía, o del terrorismo financiero de Mario Conde, que casi hace volar por los aires Antibióticos, o de los suculentos beneficios de Botín, que sin necesidad de mancharse las manos de sangre ni de crudo, encuentra petróleo con sólo dar una patada en la moqueta del despacho. Fue lo mismo que me dijo ayer el director de la caja de ahorros cuando le pedí un crédito para arreglar por enésina vez la calefacción de carbón, dado que la economía doméstica, por no carburar, no da ni para otro carburante. «Muy señor mío», me soltó, «aquí sólo financiamos a clientes impolutos». Así que en casa nos hemos apuntado al gas y, a la pregunta de si yo también podría acabar preso en Mansilla por insolvente como un traje diplomático a rayas como el de Colón de Carbajal, pero horizontales, el director consultó al despacho de arriba y dijo con cierto retintín: «correremos ese riesgo».

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