No basta
NO SE puede colocar a un policía al lado de cada mujer amenazada: ni los hay suficientes para prestar ese servicio de custodia ni, si los hubiera, sería esa la solución a este atroz genocidio consuetudinario. En los últimos meses, los jueces dictaron unas ocho mil órdenes de protección a mujeres sentenciadas por sus maltratadores, pero apenas mil las disfrutan repartiéndose los sólo 120.000 policías encargados de velar por sus vidas. Con tan ínfima cobertura legal para su seguridad, la mujer que hoy denuncia firma el enterado de su sentencia de muerte. Diríase que la Administración, hasta ahora, ha creído que animando a las mujeres a denunciar a sus agresores cumplía enteramente con sus obligaciones, cuando lo cierto, como se está demostrando cada día, es que las dejaba inermes a los pies de los caballos. Claro que deben denunciar los atentados, de acción o de palabra, contra su integridad física, pero no para componer complacientes estadísticas sobre la supuesta mayor conciencia social del maltrato, sino para evitar que el hijo de su madre que se cree dueño y señor de sus vidas se las arrebate. Denuncias, órdenes de alejamiento, casas de acogida... Está constatado suficientemente que nada de eso, por sí solo, detiene el puñal, el hacha, la escopeta o la lata de gasolina del desquiciado, al que la denuncia de su víctima, lejos de apaciguar, encabrita sus designios criminales. La cuestión a dilucidar es qué hacer, entonces, para detener esta enloquecida epidemia de asesinatos. Entiendo que únicamente pueden hacerse o dos cosas, de efectos una a corto y la otra a largo plazo: movilización general de la sociedad y empleo masivo de recursos que no importa de dónde se retraigan (custodia policial, juicios rápidos, arrestos, ayudas económicas, atención psicológica...), y educación en el respeto y la igualdad, materia que bien podría convertirse, como la religión civil que en verdad necesitamos todos, en asignatura obligatoria en las escuelas. De no hacerlo así, un crimen social, histórico, se añade al que tantas particularmente padecen: las mujeres, en vez de principales protagonistas del presente, lo serán sólo de las páginas de sucesos.