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Publicado por
LUIS ARTIGUE
León

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ACABAMOS de saber, aunque ya lo sospechábamos, que en la sala de subastas Sotheby's ha sido adquirido un cuadro de la etapa rosa de Picasso por noventa y tres millones de petrodólares. Se trata del artista más cotizado del siglo XX, y no sorprende que éste sea su cuadro mejor pagado pues la billetera toma frecuentemente decisiones que el corazón no entiende. La etapa rosa, la feliz -la más breve-, la iniciada cuando el artista conoció en París a uno de sus fugaces amores eternos: Fernande. Ya ven, la tragedia es el arte de extraer verdades de la desgracia a través de la tristeza, sí, pero la comedia vende más. Uno ve esos cuadros de la etapa rosa y cambia de vida, y se fabrica una sonrisa de luna menguante, y se contagia paulatinamente del optimismo circense aunque también piense entonces que dichas obras, como el circo, crean y nos regalan una ilusión, y no una verdad. Una ilusión necesaria pero no superior a esa verdad contundente de los bohemios, lisiados y desheredados que se pueden ver en los lienzos de la etapa azul, y tampoco superior al mundo en distorsión de los periodos cubistas. Sólo el mercado, con su falta de alma, puede poner precio a la belleza y establecer así una jerarquía caprichosa. No hay peor justicia que la de los fenicios cuando se ponen a traficar con el testamento estético de los artistas, pues suelen entonces fallar más que un lanzamisiles de feria. De hecho este cuadro, «Niño con pipa», es un instante plástico de ejecución soberbia, sí. Una de esas obras en su punto, bien concebida, cocinada y servida. Un cuadro para mirarlo y admirarlo; para regodearse en él, y pegarle de vez en cuando una lengüetada, y chuparse los dedos. Pero no se trata de un hito; no es «Las Señoritas de Avignon» llenas de aristas que se clavan en la retina y el alma del espectador hasta hacer manar sangre. No es un antes y un después en la pintura, no, pero sí la obra más estimada por los dioses carnales del mercado. Un anónimo particular ha pagado esa factura, y a mí me gusta pensar que se trata de un ricachón que se lo regalará a su amante, aunque sé bien que no. Corren malos tiempos para las historias bellas, y ahora las razones para comprar arte con dinero público o privado son menos románticas. Antes había mecenas y ahora hay ricachones sin criterio asesorados por sus contables, o narcotraficantes que blanquean así el pozo sin fondo de su opulencia. Antes había genios como Picasso que conocían su oficio y dominaban la tradición clásica y, por eso, experimentaban con ella y desde ella para hacerla evolucionar, y hacernos evolucionar. Ahora, sin embargo, tenemos mayoritariamente artistas de lenguaje ininteligible que no saben dibujar, y museos clónicos que avalan modas recientes que ni el tiempo ni el público han avalado aún, como el Musac. ¿Lo que la gente no entiende ni mucho menos compra, lo adquieren los museos con el dinero público? Esta semana, como si de otro eclipse de luna se tratara, hemos sabido que el último fichaje del Museo de Arte Contemporáneo de Cartilla y León es Alaska y algunos ciberartistas tan modernos como ella. Juntos colaboran en amor y compañía en su último y subvencionado disco. La foto de portada del periódico parece un tratado de estrategia. En fin, volviendo a un genio del arte actual -el eterno-, imagínenselo: con apenas treinta años y en París Picasso, mientras olía el Río Sena, se bebía a cuantas mujeres francesas podía e intentaba vender algo para pagar el alquiler, pintó un cuadro que cierto transeúnte burgués le compró un día a precio de saldo. Luego este transeúnte, a cambio de tráfico de influencias, regaló esa obra a un diplomático americano que trabajaba en la embajada yanqui de Francia, y ahora la familia del diplomático lo celebra todo con Champagne. Vale, no es El Guernica, ni Las Señoritas de Avignon, ni sus Naturalezas Muertas, ni sus Meninas, pero ha costado una pasta... Y tal vez con esa frase final se podría resumir toda la canónica Historia del Arte.

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