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Publicado por
MARGARITA MERINO
León

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Antonio Gamoneda (Oviedo, España, 1931, -leonés de adopción-) es autor de una obra poética realmente excepcional: una obra intensa y compleja de extraordinaria calidad que reúne títulos tales como Edad -recopilación de siete poemarios-, Libro del frío, Libro de los venenos, León de la mirada, El cuerpo de los símbolos, ¿Tú? . Inmerso en la lejanía de la provincia, su tardía notoriedad no le ha impedido recibir reconocimientos como el Premio Castilla y León de las Letras en 1985 y el Premio Nacional de Literatura en 1988, ni ejercer un conocido magisterio sobre poetas más jóvenes (con ejemplos como el del «primer» Julio LLamazares -ahora narrador y guionista cinematográfico-, o el del saxofonista Ildefonso Rodríguez -autor también de una poética muy especial en clave onírica y que ha sido intérprete de la obra gamonediana cuando ésta contaba con menor difusión-). Además de las comparecencias de Gamoneda en foros internacionales que celebran su reconocido prestigio, por su último poemario, Arden las pérdidas, se le ha concedido el Premio de la Crítica de Castilla y León del año 2004. Cronológicamente coetáneo a la Generación del 50, y compartiendo con ella la convicción de la poesía como «descubrimiento» señalada por Andrew Debicki, la obra de Gamoneda es individual por excelencia. Voz tan personal que hace inclasificable una poética que atraviesa los cánones de la preceptiva y de los géneros literarios hasta evolucionar en la «lírica de bloques,» y que ha recibido los epítetos de lírica, popular, irracionalista, ruralista, hermética, simbolista, social, realista, surrealista o expresionista a lo largo de su trayectoria, siendo todos los intentos de clasificación etiquetas parciales. La constatación reiterada en la relectura de esta obra de ambigüedad palpable, en la que los sentidos son múltiples y los puntos de vista cambiantes, es la perplejidad que experimenta el lector inmerso en una lectura «caleidoscópica». Miguel Casado, -a quien se deben notables estudios críticos sobre la poesía gamonediana, además del contenido en la edición de Edad hecha a su cuidado-, destaca el valor simbólico del símbolo que lo es de sí mismo, y las imágenes que resultan de la omisión de elementos y no de la sustitución semántica. Al intuir paralelismos en el pesimismo radical de esta poesía desoladora, hay que saltar las fronteras nacionales y de continentes para hablar del desgarro y la angustia del hombre contemporáneo que hermana las preocupaciones de los grandes creadores del siglo XX. Influencias decisivas de Saint-John Perse, conexiones con Kafka o con César Vallejo en un mundo gamonediano poblado de insectos, y siempre presidido por la muerte, con la consolación solidaria del amor sexual que no salva de la desesperanza ni de la degradación. Nexos con la antigüedad y el Siglo de Oro en un magma de jugos y fluidos, de humores y venenos cuya alquimia nos desconcierta y cambia nuestros pensamientos por sensaciones de conmoción. Se cumple así la afirmación de Cesare Segre de que cuando una obra de arte lo es auténticamente resulta siempre perturbadora. Antonio Gamoneda es autor de una obra que, desde luego, merece ser conocida y estudiada por las extraordinarias calidades literarias que aquilata y también por la inalterable honestidad de una filosofía que trasciende el nihilismo existencial de sus versos al proponernos un claro mensaje de libertad (en la España franquista) y al defender un comportamiento ético de raíz estoica en todas las edades -pese a que todas sean de la muerte-.