Diario de León

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EL RETRETE del viejo tren hullero de Matallana era sólo un agujero por el que se veía pasar cagando mixtos un suelo de piedras y traviesas. Lo que por allí se precipitaba, a la tierra volvía dejando un rastro difuminado por la marcha del tren, razón por la cual estaban prohibidas las aguas mayores cuando se detenía en las estaciones el convoy de viajeros. ¿Cómo resuelven ahora los trenes su destilado de retrete? ¿Lo siguen esparciendo por la vía o queda allí hasta que llega un propio a recoger el mandado? ¿Y los aviones? ¿Qué hacen con ello los aviones; lo salpican por las nubes?... Donde estas guarrerías siguen siendo patentes y asqueantes es en los barcos, los transatlánticos de lujo o media pensión. Su pasaje habitual son mil o dos mil orondos turistas floreados que surcan mares de primor y litorales de privilegio natural zampando como pegos y orinando u obrando al día las veces que dicta la fisiología. Lo que se caga en un barco al agua lo echan. Y todo lo demás: residuos, basuras, lavaduras, barreduras, ponzoña de ducha, química cosmética... toda la mierda al mar, que la mar es ancha y la manga ensancha. Todos los transatlánticos de este planeta, menos uno, arrojan al mar desde siempre toda su porquería. Sólo hay un barco cuyos desagües no van al mar para bautizar atunes con excrementos en nombre del hombre y de su crucero Barcelona-Capri-Lesbos-Túnez-Barcelona. Los armadores de ese barco han asumido la reiterada queja de los ecologistas al respecto que reclaman equipar a esos gigantescos paquebotes con sistema de depuración y eliminación de residuos sin arrojar la bacinilla por la ventana. Los ecologistas han echado cuentas: un crucero de dos mil gentes significa un vertido diario de quince mil litros de orines y fregaduras con espuma de veneno que van dejando emponzoñada su estela de plata y de papilla inmunda, rúbrica de un crucero ecoturista oceánico. Los delfines lo tienen crudo con estos perfumes licuados que voltean el estómago. Les gusta flanquear y acompañar a los barcos como en los versos de la Odisea. Nadando detrás de cualquier Queen Mary, los delfines van tragando esa mierda como nosotros los mosquitos cuando vamos en moto. Después se les desquicia el sistema de navegación, se esnortan y se suicidan en una playa. No es extraño.

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