Diario de León

CORNADA DE LOBO

Follaje de color

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PARA GUSTOS se hicieron los colores y los crímenes. Sin duda, los míos no coinciden con los tuyos; en esto está la gracia. Pero los míos no tienen por qué imponerse a los tuyos; en esto está el respeto. En los Madriles duchan estos días sus monumentos con chorrones de watio luminoso, pintan la Cibeles o el Prado con fogonazo y estridencia óptica que viene acarreando no poca polémica. La Puerta de Alcalá untada de luz magenta o fucsia con pistacho fosforescente se me antoja chirriante y espantoso, aunque seguramente quien ideó el efecto y elevó su gusto sobre los demás tendrá en estos momentos un orgasmo luminoso. Odio esos colores. Son la moda, colores infantiloides, vitalidad cruda si se quiere, pero jamás los vi en la historia del arte hasta que el arte de hoy pretende hacer historia por la vía del susto o la extravagancia. Allá ellos, pero imponerlos es despotismo. El bañar los monumentos con esas luces me hace recordar aquellos pollitos entintados que se compraban en la plaza para los críos; son los mismos colores. Quien diseñó esta operación de colorete seguramente tuvo uno de crío y se le quedó enquistado el trauma y el gozo. Si el mal gusto fuera el resultado de una democratización de preferencias y colores, acataría el dictamen y hasta llevaría unos calzoncillos de color verde lagarto, pero resulta ser decisión impuesta por el listo o el venado de turno que lisonjea al poder, obtiene venia absoluta y, cuando se le piden explicaciones, puede contestar perfectamente «pinto lo que me sale de la polla»; siempre habrá un crítico obtuso o un cátedro hipotenuso que le aplauda. Estupendo. Huele a dictadura la cosa. Ahí va la prueba: existe la International Colour Association compuesta por gente de diferentes países que acuerdan cada año fijar los colores y tendencias para próximas temporadas (hablan de óptica y de semiótica visual). Esa carta de colores la pide la industria de la moda, del coche, fachadas y todo el mundo del consumo para planificar producción y campañas. Así que modas, gustos y colores no son hijos del libre albedrío, sino del dictado despiadado y planificado. La libertad de consumo es mentira cochina. «Este año viene todo así», te dicen en la tienda cuando ves todo con el mismo corte, mismos colores, uniforme dictado con tararí. !Cagüen su estampa y su color!, dice cualquiera.

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