Diario de León
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LUIS ARTIGUE
León

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AMÉRICA valora tanto la superficialidad, la vanidad, la pose, la apariencia, la falta de alma en cualquier caso, que hasta convierte las más grandes historias de la humanidad en argumentos comerciales. Como ejemplo acaba de llegar a nuestras grandes pantallas «Troya», la nueva superproducción hollywoodiense rodada con tantos medios y distracciones que hasta disimula sus trampas, sus cebos y la perversión -ellos dicen adaptación- de la trama original. ¿Una historia amputada y contada de otra forma sigue siendo la misma historia? Eliminando ahora la parte espiritual -El Juicio de París- cuando en la obra original de Homero la intervención de los dioses aparecía como un elemento fundamental, no se ha conseguido sólo un argumento laico y realista, sino también y sobre todo una película militarista, superficial, exenta de grandes ideales y acorde con el actual espíritu egoísta y vanidosamente bélico de los Estados Unidos. Sí, en otro tiempo hubo grandes guerreros como Aquiles; hombres valientes, trascendentes, deseosos de que su nombre perdurara en la Historia, y que luego ésta se convirtiera en leyenda, y más tarde mito. Nada que ver con los pobres imbéciles de ambos géneros, aunque en esencia masculinos, que torturan a seres humanos en Iraq y Guantánamo. En otro tiempo hubo grandes gobernantes como Príamo: nada que ver con Bush. Como acostumbran a hacer los guionistas americanos, han cogido esta historia y, aunque pueda parecer que tan sólo la han actualizado, en mi opinión la han tergiversado dotándola, no de una atmósfera mítica sino de una apariencia realista. Así las cosas esta película, «Troya», se ha convertido en una metáfora del actual espíritu yankee agresivo, cruel, y codiciosamente arrollador que está haciendo que actualmente en Bagdad se cambien vidas humanas por petróleo. Afortunadamente los españoles ya no somos ni nos sentimos cómplices de esa carnicería que cotiza en bolsa, Afortunadamente ya no. Homero termina su obra «La Iliada» con el funeral de Héctor y el llanto por este gran hombre. Termina con un sublime canto a lo mejor del espíritu humano; con unos versos memorables que han conmovido y refinado a occidente durante siglos. Sin embargo este film inserta el pasaje de «El Caballo de Troya» y culmina la película, como no podía ser de otra forma tratándose del país de la inteligencia artificial y la comida rápida, con trepidante acción y la muerte del héroe para que parezca que han vencido los buenos. ¡Chupi! Sí, en la actualidad el entretenimiento se trata de un instrumento propagandístico y de atontamiento general del personal, como es sabido, pero no está de más, aunque sólo sea por llevar la contraria, lo de reflexionar de vez en cuando sobre nuestro entretenimiento. Verán así que éste dice mucho, lamentablemente, de nosotros y de quienes nos lo ofrecen. Si se ponen a repasar, por ejemplo, las grandes producciones de Hollywood y el momento histórico en el que son estrenadas podrán advertir el subliminal mensaje que, en cada ocasión. América quería y quiere propagar por el mundo, sí. Eso por un lado. Por otro comprobaremos cómo se genera cada vez más mentes simples -o sea, dóciles- que eligen un cine que no les haga pensar, y así podrán luego por inercia optar por un modo de vida que no les haga tomar partido. Una película como «Troya» nos fascina y al mismo tiempo nos amansa porque no es más que una de las más grandes historias jamás contada, ahora desvirtuada, despojada de sus elementos más universales y convertida en un indirecto panfleto militarista aprovechando que Bush no está haciendo el amor sino la guerra. Pero, eso sí, Brat Pitt está muy bueno.

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