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CRÉMER CONTRA CRÉMER

El día de la Cruz Roja

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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HUBO un tiempo en el cual la Cruz Roja era, además de una necesidad social, un lujo. Las Ciudades todas rivalizaban por hacer de la Institución un motivo de orgullo. Y las Fiestas de la Cruz Roja tenían todo el empaque de las grandísimas solemnidades nacionales. Hasta en los rincones menos atentos a toda clase de saraos sociales, quizá porque en el fondo o en la corteza toda la parafernalia de las gentes importantes les sonaban a música celestial. En León, que era por aquellos entonces una Ciudad casi sin hacer todavía, con sólo treinta mil habitantes, muy esparcidos entre el Transvall, la Corredera y San Pedro de los Huertos, si sonaban los clarines que anunciaban la Fiesta de la Banderita o el baile de sociedad de rango superior, de la Cruz Roja descendían desde los altos de la Nevera o desde los pegujares de Armunia las buenas gentes, con sus hijos en brazos, como cuando lo de las hogueras de San Juan y seguían a la puerta de la Diputación, el desfile de las señoras y señores con mando en plaza. Porque entonces, aunque pocos, todos los componentes de la comunidad eran señores sin tacha. Y es que la Cruz Roja venía a ser como un complemento de nuestras madrazas, dispuesta siempre a acudir a consolar al triste, a dar posada al peregrino y visitar a los enfermos. En León, que era Ciudad Hospitalaria y monumental, los centros de acogimiento real eran solamente dos, verdaderamente importantes e imprescindibles: La Cruz Roja y la Gota de Leche. Luego, quiero decir, con el tiempo y el progreso, aquellos centros auténticamente cristianos y solidarios, fueron desveneciendo sus líneas de comportamiento, hasta quedar en nada la Gota de Leche Municipal, obligando a las madres a buscarse el sustento de los niños de teta al pie del santo de su devoción. Pero quedaba la Cruz Roja, ya internacionalizada y apta para todos los servicios de asistencia, convirtiéndose por la pura inercia de los tiempos que corren que se las pelan, en una institución para todo. Lo mismo para un tumulto que para una guerra. Los que sí nos fuimos envueltos en guerras, no podemos olvidar la silueta del «enfermero» de la Cruz Roja, pateando tierras abominables o atendiendo los lamentos lacerantes de los heridos. Porque lo malo de la guerra, con ser esta compendio de toda la maldad humana, no eran solamente los muertos, sino los semimuertos, que todavía parecían condenados a tener que disparar. Cuando en León, por una política sanitaria que casi nadie entendió, se clausuró el Hospitalillo de la Cruz Roja, fue una fecha señalada en los anales más tristes. Porque León necesitaba, necesita, a la Cruz Roja para su seguridad, para su esperanza. Aseguran los estadistas sanitarios que lo mismo que la Gota de Leche hubo que borrarla de las obligaciones de un municipio sin piedad, la Cruz Roja fue obligada a cerrar su Hospitalillo y a cercenar sus compromisos por falta de dineros para mantener sus servicios. Y no se me ocurre decir nada, nada, nada, a pesar de que sigo sigilosamente las enormes cifras de euros que los organismos aplican para atenciones «veniales», por no aplicar otros calificativos quizá más propios. 1397124194

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