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Publicado por
FRANCISCO SOSA WAGNER
León

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LOS HUMANOS SOMOS definitivamente incorregibles en nuestra vanidad. Hasta ahora hemos creído que la democracia era un invento de nuestra refinada cultura y de nuestra atención solícita a los deseos de la mayoría. Siglos nos hemos pasado navegando hasta llegar a la playa magnífica de los votos y de las urnas, panzas llenas de las luces del misterio y las oscuridades de nuestras decisiones, tan imprevisibles, tan previsibles ... Estábamos tan orgullosos de los grandes escritores de la política, de Locke, de Montesquieu, de Rousseau, sobre todo de este último, tan tierno él, tan frágil, siempre recogiendo hierbitas por el campo y escribiendo música que luego se la robaba Rameau. Todos ellos pusieron erecto el pensamiento de sus épocas, masturbándolo y haciendo temblar sus cimientos como grandes animadores de atrevidas modernidades. Y lo bueno es que sus obras fueron cartas que no se sabía muy bien a quién iban dirigidas, aunque en rigor el destinatario era la humanidad aherrojada en su conjunto que tan solo acusó recibo en 1789, al tomar la Bastilla, cuando ellos ya no estaban en este mundo pero lo veían por la mirilla iluminada de su entendimiento afilado. Todos ellos se complacieron en adivinar los estertores del mundo que agonizaba a sus piés como un gran león herido. Tuvieron algo de cazadores de grandes animales, altivos, sensuales, desdeñosos de la comida ya ordenada en la mesa pero ávidos de los manjares del futuro incógnito. Vendría luego el voto de los ricos, el de los pobres, el de las mujeres, con sus moños batidos como armas incruentas, hasta que nadie quedó sin su limosna de voto que es la que echamos por la ranura de la urna para sostener la democracia el día de las elecciones de la misma forma que introducimos la moneda para sostener a la Cruz Roja el día de la banderita. Los colegios electorales son las mesas petitorias de esa democracia frágil y menesterosa siempre necesitada de óbolos. Andábamos tan encantados con estas finuras cuando de pronto todo se ha venido abajo. Y, una vez más, por culpa de los científicos, ¿quién les mandará investigar para sacarnos de nuestras certezas y lanzarnos al vacío tenebroso de las dudas? Ahora resulta que unos etólogos, tipos torvos que estudian el comportamiento animal, han descubierto que los animales también votan de forma que las manadas de ciervos, por ejemplo, no cambian su lugar de pasto en territorios alejados hasta que al menos un 60% de sus miembros manifiesta su opinión. ¿Cómo? Muy sencillo:poniéndose en pie. Los búfalos dirigen sencillamente la mirada hacia la zona en la que más les apetece comer, aunque en el caso de estos bóvidos solo cuenta la opinión de las hembras por lo que hay sufragistas machos que salen en manifestación con una pancarta pidiendo el fin de tan lacerante discriminación. Las mismas abejas conocen formas de democracia directa más depuradas cuando han de decidir dónde dirigirse para obtener el néctar de las flores. Lo hacen a base de complejos bailes con sus alas, todo ritmo. Es decir actúan a través de referendos populares, como los que gustan a los nacionalistas vascos que son en efecto abejas, siempre a la espera de ser fecundadas por el dinero del Estado, que quisieran zángano. Los babuinos cambian de postura sobre las rocas en las que se suelen tumbar haciendo público de esta forma el sentido de sus determinaciones y las manadas de gorilas lanzan un alarido espectacular que es el gran grito de la democracia del primate ilustrado a punto de abrazar la causa del liberalismo. O sea que, ya que de animales hablamos, menos lobos con nuestros inventos de homínidos pues vemos que sin sondeos de opinión, sin vallas publicitarias, libres de cargantes mítines y de declaraciones altisonantes, ajenos a la batahola de los eslóganes y de las fotos pegadas en las paredes, con modestia pero con expresividad, el reino animal tiene también la democracia como la mejor forma de organización colectiva. Sabido todo esto, no me extraña que, cuando volví de votar la última vez, me viera en el espejo cara de chimpancé.

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