CRÉMER CONTRA CRÉMER
Por la boca muere el pez
«POR LA boca muere el pez, galán, y en boca cerrada no entran moscas». El abuelo, viejo como son casi todos los abuelos y sabio por experiencias rubricó sus sentencias con una sonrisa. Parecía querer comunicar la consecuencia de aquel testimonio definitivo, como sugiriendo que para alcanzar una edad suficiente lo mejor era aceptar la disciplina que las circunstancias políticas imponen y no arriesgarse a perecer en la demanda por no aceptar como evangelios de auténticos evangelistas lo que dictan los unos y los otros. En este lugar ameno y pacífico en el cual vivimos, trabajamos y triunfamos, aunque mucho menos de lo que dicen los que mandan, se ha impuesto como ley de seguridad el silencio. Y nadie dice ni Pío XII, ni Pablo II. Y acepta cuanto le echan. Por ejemplo, y sin que estas opiniones que como emitidas desde la provincia, se llevará el viento, cuando en un alarde de creatividad cultural, se propone la inauguración de un Centro Cultural de primera magnitud, (apto para todo evento, incluyendo, claro está la propuesta conversión del Palacio para Museo de las Artes y hasta de las Letras, en núcleo de señores de posesión de los resortes que mueven las voluntades de gobernantes) acuerda transformarle en algo así como un ilustrado vertedero de «cosas», de ingeniosidades, de ensayismos, que no tendrían padrino solvente si no fuera porque los promotores reales, ante la posible reacción negativa del personal, se apresurara a tejer, en torno al ceremonial de la presentación, todo un catecismo para ignorantes, para descreídos o para tontos de capirote, anclando sus teorías e invenciones con doctrinas alevosas por lo que tienen de osadas y envolviendo el suceso con la manta zamorana del engaño. Y adelanto que evidentemente esto que se me ocurre lo digo para mal, para levantar la censura previa que supone que unos listos de todas las parroquias intenten convencernos de que lo que es vulgar y engañoso, por muy temprano que se levanten, puede convertirse en doctrina por su discurso y ocurrencias. Bien está que los vanguardistas o rompedores de la vieja costumbre intenten dar cuenta de su presencia y de la obra que realizan, porque la cultura propiamente dicha es fruto de muchas conjunciones, pero de eso a que algunos audaces navegantes pretendan hacernos comulgar con auténticas ruedas de molino, supone una diferencia esencial. León está en la línea de los pueblos capaces de albergar toda clase de ensayos y a fe que necesita para evitar anquilosarse, pero convendría que los responsables oficiales u oficiosos ejercieran la función para la cual han podido ser llamados, con prudencia y conocimiento, a fin de que el proyecto no acabe en un corral de comedias. No pretendo imponer -¡los dioses me libren!- ideas personales que para mi no tengo, ni colocar obstáculos en la marcha de acontecimientos, subvencionados naturalmente con el dinero del común, ni mucho menos derribar idolatrías, sino poner sobre aviso a quienes tienen representación y poder para que el gasto no se convierta en despilfarro y las demostraciones de cultura en una parafernalia carnavalesca. Así como se decía o se dice que la guerra es suficientemente importante como para ponerla en manos de los militares, la cultura además de merecer una misa, conviene defenderla de tantísimos creadores de humo de pajas.