CRÉMER CONTRA CRÉMER
La tortura
LO QUE NO se puede mantener es que pueda existir todavía en el mapamundi algún país que en un momento significativo y hasta emblemático de su vida no haya caído en la degradación de ejercer de torturador del rival, del enemigo caído, vencido y humillado. Ni siquiera en las llamadas guerras de Religión se prescindió del torniquete o de la aplicación de la hoguera para obtener información o simplemente para hundir aún más en la miseria al vencido. España, esta España nuestra, misericordiosa cuando nuestro tercios rastreaban territorios para dar con los infieles a los cuales convenía aplicar tormento para salvar a la humanidad de la herejía o de la postración definitiva. Sin ir más lejos, ni acudir a testimonios de mayor espectacularidad y crudeza, cuando entre nosotros se despertó la iracundia de Caín, resultamos motivo de especulación para determinar los grados de vileza que le están tolerados a un régimen para conseguir destruir a sus enemigos. Y séame permitido ocultar piadosamente tiempos, lugares y modos con los cuales se pudiera garantizar la exactitud de lo que afirmamos. En América, los soldaditos de Cortés y de Pizarro, por no citar sino a los más renombrados de la tribu, escabecharon del modo más incivil a indios de todos los colores para conseguir fama y dineros. De modo que nadie se rasque las vestiduras cuando la Norteamericana de ese personaje de cómic que es Bus y su cuadrilla, practican la más cruel, la más sucia, la más repulsiva de las artes de la guerra. Todas las guerras son en esencia piedras angulares para construir la arquitectura cabal de la maldad humana, pero hubo un tiempo en el cual los pueblos, los gobernantes, los caudillos, quizá para desmantelar lo que la guerra tiene de barbarie, establecían modos caballerosos de matar y procedimientos no miserables de conseguir que el vencido cantara la canción del recluso con honra. (Que la yo dijo aquel Francisco I de la Francia cuando cayó prisionero del piadoso Don Felipe el de la Armada: «Todo se ha perdido, explicaba, menos el honor»). En la actualidad norteamericana al que se le ocurriera la idea de establecer una norma de conducta para reducir al enemigo, que se atuviera al ejercicio de la caballerosidad, de la responsabilidad y del sentimiento cristiano, con valores eternos incluidos, para erradicar del bestial ejercicio de matar la cruel añadidura de la tortura física en la forma miserable, elemental y repugnante con que los americanos la utilizan en el Oriente, en el Occidente, en la tierra, en el cielo y en el infierno, hasta dejar a los seres humanos que apresa convertidos en despojos. Pues digo y repito que el que intentara persuadir a esos seres inferiores que manejan los mecanismos políticos de América que incluso en el ejercicio de la armas puede tenerse presente el espíritu humano de la caballerosidad, de la responsabilidad y del sentido común, sería torturado y asesinado con premeditación y alevosía. Porque, ¡hay de nosotros todos!, las guerras de dominio de América están consiguiendo que el hombre de cualquier país considere que es lícito y hasta necesario reducir a la condición de mísero despojo al hombre, siempre que le sea posible arrancarle una confesión. La Historia, aseguran algunas almas enternecidas, cargará el tanto de culpa de cuanto acontece a esos Estados Unidos en la miseria. Sí, pero en tanto estos torturadores pasan a las páginas de la Historia ¡cuántos seres humanos no habrán destruido! 1397124194