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SAGRADO ES EL PAN, pero el agua lo es más. Cuando por descuido o accidente se nos caía un zoquete de pan al suelo, volaba en el aire un remosquilón del abuelo que decretaba tomar el pan del suelo, besarlo con toda unción y dejarlo de nuevo sobre la mesa. El pan en el suelo es un insulto al cielo y al trabajo esforzado que nos cuesta. Así la cosa, cada bolsa de basura en el vertedero lleva hoy dentro una blasfemia (la nena deja el pan sin tocar en las comidas porque engorda; las hamburguesas no). Pero el agua encierra todavía mayor sacralidad. Sin pan alcanza un hombre a vivir unos treinta días. Sin agua, a las dos semanas fenece. Sin embargo, nunca vi cachete en el cogote por tirar el agua, que es también escupir al cielo. Con el agua ocurre como con el chiste de aquel tonto de pueblo: «Colás, que se te cae la baba... Bah, tengo más». Nos sobraba entonces el agua. Aún parece que nos sobra y a la mierda la tiramos o con mierdas la hacemos correr. Sólo el desierto que quizá merezcamos y que está llamando a nuestra puerta nos hará comprender. En medio mundo andan las mujeres diez y veinte kilómetros al día con cántaras sobre la cabeza para poder beber. Aquí nos sobra, se la negamos al vecino y además la compramos en botella a precio de gasolina para mearla después sobre los ríos que fueron cristal y en los que de guajes bebíamos a morro como los bueyes cuando nos entraba la sofoquina o el secarro de garganta pescando ranas. Juro que bebía así en el Torío y en el Órbigo y jamás sobrevino cagalera o enteritis porque allí donde el río remansaba su carrera sobre grijos y arenas, allí donde la manga lateral se colaba entre frondas y se detenía entre espadañal y ranúnculos, el agua se filtraba y saneaba... y a beber. Hoy, con sólo mirar estos ríos, ya se infectan los ojos y la esperanza, que es -como en la pintada argentina- «lo último que se perdió». En esa misma tapia de Buenos Aires se escribe a brochazos un grito que vale también para nuestros ríos: «Menos realidades y más promesas». La realidad hidráulica es cosa de ingenieros para los que un río es sólo un caudal de hectómetros al que todos ordeñamos y nadie alimenta. Es la vaca que se nos quedará flaca como maldición bíblica. Es junio y en la montaña ya sólo quedan dos pañuelos de nieve. Hasta agosto duraban antes. ¿Comprendes?

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