Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

La televisión basura

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VICTORIANO CRÉMER
León

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DON JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ Zapatero y sus muchachos y muchachas, mitad por mitad, son como el rayo de Miguel Hernández. Es que ni cesan ni descansan. Y al mismo tiempo que se desprenden de los viejos vestidos con los cuales se pretendía vestir de santa, santa, santa, señora de los ejércitos, a la Televisión de los golfantes, intenta, con esfuerzo y buenísima voluntad, dotar a este crudo país que es España, de un medio audiovisual medianamente digestible. A tal fin ha colocado al frente de los destinos de la malmaridada televisión de España y quinta de Alemania y Francia a doña Carmen Cafarell, a la cual de todo corazón deseamos suerte, vista y al toro. Porque, señora, la llamada Televisión Española es que no hay por donde agarrarla, ni por el capítulo económico, dado que debe más que el Irak en manos del emperador americano, ni por la sección cultural, de la que hasta el presente y por lo que se advierte seguirá hasta la muerte política no intervenga de verdad. La tal y cual Televisión ha conseguido establecerse en el capítulo de reformas políticas entre los movimientos más difíciles y costosos. La señora Doña Carmen ha sido nombrada con todos los derechos y exámenes requeridos para el caso como Directora General de Radio Televisión Española y al parecer está dispuesta a no dejar tanto títere con cabeza como frecuenta los pasillos y las cámaras televisivas. Porque, muy digna señora nuestra, creo, creemos todos los habitantes de mi barrio, que conviene, que urge que usted, dejando a un lado convencionalismos de partido, influencias mediáticas y sobornos si les hubiere, comenzara la ardua tarea de dignificar el medio hasta convertirle en instrumento apto para el uso y provecho de la población española propiamente dicha, para lo cual y usted perdone la intromisión, las primeras providencias que corresponde tomar para los fines que se pretenden, son, primero la eliminación, por la vía laboral o penal, de tantísimo golfante como frecuente los distintos capítulos, mediante los cuales unas señoras o lo que fueren declaran urbi et urbi et orbi sus flaquezas, sus caídas, y sobre todo sus desviaciones, no se sabe si como discurso propio de las ballenas y las putas o solamente de las segundas. Y luego o al mismo tiempo, las tertulias formadas por algunos corrillos de deslenguados de ambos sexos para los cuales ni existe problema para el cual no dispongan de medicina infalible ni personaje al cual no les haya sido posible en algún momento de su existencia, sacar los colores y hundir en el descrédito. O por el contrario, cantamañanas y gilipollas sin ningún otro mérito que el de su cara dura, al cual han patrocinado estos cronistas a sueldo para hacer de ellos hombrecitos y mujercitas de provecho. La Televisión, señora Cafarell, es un asco. Y no basta para enmedalla y convertirla en mecanismo educacional y tranquilo con que se instrumente la fastuosa parafernalia de una boda real, pueda pesar de sus dimensiones y costos un «evento» estos que duran lo que un sueño. Lo que la Televisión necesita es, -y usted perdone- una intervención quirúrgica de las que cabe la esperanza de salvación del medio o la muerte y buena sepultura de lo que conocemos como instrumento de comunicación. Un pueblo que no consigue modificar los rumbos de una Televisión comercial para convertirla en lo que en esencia debiera ser, o sea en instrumento de aleccionamiento público, en servicio de la comunidad, es, señora Cafarell, el más descarado testimonio de fracaso político que puede darse. Y que se da, que se está dando...

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