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ATCHÍÍÍSSS... es el lema de una vida polinizada. Las alergias campan en su albedrío, que es más libre y cabroncete que nunca. El personal se desconsuela en incógnitas. Nadie sabe a ciencia cierta el origen del mal. Crecen las afecciones y el desconcierto entre alergólogos. No hay remedio seguro y atinado; un calvario de consultas da como resultado el quién sabrá, el ajo y el agua, la indefensión. Nadie escapa del azote del mal. Creíamos que eran sólo las nuevas generaciones criadas con bolllicaos y pijadinas las que pagaban el precio de no disponer de un sistema inmunológico que preservó toda la vida a nuestros abuelos de la fiebre del heno y de las martingalas de las gramíneas. Pero también a los abueletes de hoy les entra la miasma por la nariz y se les ponen los ojos como de sapo. Y es que somos lo que comemos. Si mierda jalamos, enmerdados moriremos. Sostienen algunos que tanta higiene y tanto alimento plastificado destruyen nuestro sistema inmunológico y abre las puertas a cualquier nueva enfermedad. Algo de razón deben tener. Ducharse mucho es malo. Lo saben los perros que, después de que sus dueñas se haya gastado una pasta en la lavandería canina, ven con horror cómo se revuelca en la porquerían durante su paseo de jardín para procurarse un manto que ahuyente contagios y parásitos. Lo dicho y sabido: el estiércol no es santo, pero hace milagros. Por eso, en el sistema inmunológico de este país, la mili era mano de santo. Ahora no se hace mili obligatoria y los chavales pasan directamente del donut de instituto a la hamburguesa y ya no padecen o se benefician de las dietas de cuartel en cuya cocina se perpetraban las guarradas más ignominiosas que se puedan imaginar, como la de mear en el gazpacho (juro haberlo visto en mi cuartel de Gerona), rebozar un scotchbrite y hacerlo pasar por filete empanado o, como asegura Emilio J., meter a lavar las botas de campaña en la marmita del potaje del viejo centro de instrucción de reclutas. Toda esa porquería que se diluía en nuestra vida cotidiana iba engordando nuestras defensas. Ahora extremamos la higiene y así nos va: todos alérgicos. Nos falta algo de gitanería. Ya lo decía Ambrose Bierce: Desconfía de todos los que se lavan mucho las manos y de los que dicen leer la Biblia por su estilo literario.

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