Diario de León
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LUIS ARTIGUE
León

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LA INNOVACIÓN y el continuismo, el experimentalismo y el clasicismo, el Orden y la bohemia, lo apolíneo y la dionisíaco... Como raíles de una vía vieja desde siempre han convivido, han luchado y se han sucedido estos dos impulsos en la historia de la cultura en general, y en la de la poesía en particular. Siempre ha habido desequilibrios. Pero, sin embargo, leer a algunos poetas actuales como Luis Antonio de Villena supone darse cuenta de que no sólo en la cultura y en la poesía; también en la vida hay esos desequilibrios, ese terremoto, esa lucha de fuerzas acaso certificando que, como nos enseñó Hegel, sólo se avanza por contradicción. La corriente actualmente llamada «poesía de la experiencia» está tratando de modernizar y poner al día la tradición más apolínea -más figurativa- de la lírica española. Y destaca, en mi opinión, dentro del amplio elenco de nombres adscritos a dicha tendencia, el de Luis Antonio de Villena porque no se limita a modernizar la tradición sino que, manteniéndose siempre intencionadamente dentro de ella, trata de innovar. Un ejemplo es su última publicación poética titulada «Desequilibrios» (Editorial Visor): un libro de sonetos indómitos, liberales, libres, alejados del hermetismo estructural de la forma clásica soneto, y de sus elementos casi de hilo. Sin embargo conserva ese bizantinismo expresivo, helénicamente refinado, bellamente calculado, en consonancia con cierto desencanto vital, casi hastío, que se percibe de algún modo en todos los versos del poemario. Quizá sea éste el libro de poemas más simbolista del autor, aunque conserva los signos temáticos distintivos de toda su obra: el gusto por los amores manieristas, los velados autorretratos, el deseo como freno del tiempo, el hedonismo refinado, cierta apariencia de frivolidad a modo de transgresión, el constante elogio del cuerpo, el escepticismo, las referencias cultas... Aunque, como ya pasara en su novela «La nave de los muchachos griegos», lo más sorprendente de este nuevo libro no es tanto el tema, como la forma. Sí, se trata de poemas innovadores, heterodoxos, que tratan de aportar una música nueva a esa estrofa. Abunda en ellos la polimetría, la rima interior y las disonancias, sí, pero todo ello de forma calculada, trabajada. He aquí no una voladura controlada sino más bien un medido caos: otro big band. Constructivo y transgresor intento -quizá heredero formalmente de los sonetos de Pablo Neruda- de provocar que dicha estrofa salga de su rigidez formal y avance. ¡También el soneto puede evolucionar! ¡No hay que deshacerse de todo para ser original! No faltan en este libro de «falsos sonetos verdaderos» homenajes a algunos de nuestros grandes sonetistas canónicos como Góngora, Quevedo y el Conde de Villamediana, junto a otros guiños a personajes/personas del mundo del autor como Bruce Weber, Oscar W. de Lubicz Milosz, Dolly Wilde, Rimbaud, etc. Todo ello conformado, a mi entender, un discurso iconoclasta sobre la superación de la tradición desde la tradición, y también una invitación a apostar literaria y vitalmente por la indagación, por la búsqueda, por el verdadero más allá. Una lúcida invitación a no conformarse con las directrices, pautas, normas, preceptos, centros ideológicos, equilibrios, y fronteras sino, a lo sumo, apoyarse ahí para volar. Abunda la homogeneidad en la actual poesía española, sí, como abunda también en la sociedad. Pero tal vez la lucidez -en la vida y en la poesía- consista precisamente en no ceder a lo global, en no desindividualizarse, en diferir constructivamente al aportar. Así creo yo entenderlo cuando leo, por ejemplo, este libro entre líneas. A veces pienso que la literatura de Luis Antonio de Villena tiene algo que ver con todo, y en otras ocasiones creo que, en realidad, no se parece a nada. Pero no me hagan caso pues, como ven, esta conclusión no es una exageración; no... Solo un desequilibrio.

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