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Publicado por
Antonio Núñez
León

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EN LAS elecciones municipales, como nos conocemos todos en el pueblo, pasa a menudo que en vez de votar a los del partido votas al alcalde de enfrente, porque, ideologías aparte, sabes de qué pie cogea cada uno y, según nuestras madres, hasta la leche que mamó. Y, claro, cuando el de los nuestros es un reconocido mamón, vas y metes la papeleta del otro. Esto vale tanto para el PSOE como para el PP, así que quietos todos. En las elecciones generales conoces sólo de vista al diputado Fulano o al senador Mengano y ya no es lo mismo, de modo que se fía todo al cabeza de cartel en Madrid, Rajoy o Zapatero, como hacen también los aficionados al fútbol en El Bierzo, donde la mitad son del Madrid y la otra mitad del Barça, pero casi ninguno apostaría un pimiento por la Ponferradina. En las elecciones europeas de hoy, por no conocer a nadie, ni siquiera hay perspectiva. El que más y el que menos de aquí tiene un pariente en la Peugeot de la Francia o en la Citroën de la cuenca del Rhur después de haber emigrado de la de Fabero -los más apolíticos a Suiza- pero cuando les preguntas qué opinan allá de Borrell o de Mayor Oreja para orientar según y como el voto de acá hacia Flandes, o sea Bruselas, todos se remiten a Manolo Escobar, cuando le robaron el carro, o a Juanito Valderrama, el de la maleta que pasaba de matute un rosario de marfil. Es todo lo que saben de los actuales cantidatos -o sea, nada- en las innúmeras «casas de España» que hacen paella por toda Europa. «Esos dos que dices no me suenan», llamó el otro día a cobro revertido un cuñado, «así que pregunta en el consulado». Hay quien quiere ver en las elecciones de hoy una reválida de las últimas generales, cuando los bombazos de la estación de Atocha apearon del gobierno a Rajoy para que Zapatero se subiera al tren de La Moncloa. Aquel trasbordo no estaba previsto y sigue dando mucho que hablar, de modo que ahora la clave está, no en los carteles de Borrell o de Mayor Oreja, sino en los del suburbano: «antes de entrar, dejen salir». Naturalmente hay codazos. Fuera de eso el interés de la gente por los resultados de estas urnas es harto relativo, dado que, quitando a los cabezas de lista, que repiten en televisión como un cocido a las tantas del día o de la noche, a los demás candidatos los conocerán en su pueblo, pero no en el nuestro. No debería ser así, porque, a fin de cuentas en Bruselas -y no en Madrid, en la Junta o en el Ayuntamiento- se deciden, ya sin vuelta de hoja, cosas tan domésticas y cercanas como éstas: los tipos de interés de la hipoteca, coño, que gracia; los cupos de importación de carbón, de inmigrantes y de las tiendas de todo a cien ; los fondos para retejar la iglesia, generalmente declarada monumento de interés continental con cigüeña incluída, que, a su vez, tiene un huevo de interés ecológico (o dos, según el tiempo que lleve el director general del ramo haciendo nido en el despacho); las ayudas de la PAC para agricultores que ya no empacan nada, los fondos Miner, los Feder, los estructurales, los de las peatonalizaciones del exconcejal Cecilio Vallejo, el eurofighter de la escuela rural de pilotos de Aznar, etcétera. De eso no se ha hablado en la campaña electoral, pero a la gente también le da lo mismo, porque como el boletín oficial de Bruselas está en francés, en alemán, en inglés o en flamenco de los Países Bajos habrá que esperar a que cualquier cosa que decidan allí lo traduzca aquí el verano siguiente la Ivonne, hija del secretario que ahora es eurofuncionaria. El año pasado, por ejemplo, preguntada por el dinero comunitario para arreglar los accesos a las bodegas del pueblo, consultó el portátil y nos confirmó: «Oh, la, la» y «OK». Pero el alcalde todavía está esperando a la retroescavadora. Por lo menos aquí el común de los mortales lo más que conoce de Europa son las ofertas de Carrefour, sobre todo cuando te venden aquello de «compre tres y pague dos». Mi abuela, que era muy honrada, hasta el punto de que nunca fue a un viaje del Inserso, cuando pedía una docena de huevos en la tienda de la esquina pagaba doce, y punto. Eran los que eran y nunca le rebatió el argumento ningún diputado. Dijo una vez el músico Cristóbal Halffter, de los Halffter de toda la vida de Villafranca del Bierzo, que para prosperar en lo del arte la única salida era la de Hendaya.. Los que somos más duros de oído pensábamos más o menos lo mismo de lo nuestro, pero no sabíamos cómo decirlo a lo fino. «Ahí queríamos llegar», se expresó el otro día repentinamente el alcalde, dando por finalizado el pleno municipal. Votamos y mandamos, en fin, hoy a unos cuantos para triunfar en Europa. Y eso está. bien. Pero no vea usted qué cuadrilla.