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SOSERÍAS

¿Es preciso proteger a las viviendas?

Publicado por
FRANCISCO SOSA WAGNER
León

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UN ASUNTO MUY manoseado en nuestros días es el de las viviendas protegidas. Se ha anunciado incluso la venta de gran parte del patrimonio público del Estado (cuarteles, vías de ferrocarril y otros bienes superfluos) para construir viviendas protegidas en una suerte de nueva y alocada desamortización cuyo saldo dentro de unos años será el de haber contribuido a destruir el paisaje urbano sin lograr solucionar problema alguno. Pero este es tema serio bienes públicos, urbanismo y demás- no apto para las soserías que solo sirven para abanicarse en días de calor y hacer cucuruchos con ellas. Encaja aquí, sin embargo, la pregunta siguiente: ¿por qué se aplica a algunas viviendas el calificativo de protegidas? Más exactamente: ¿de qué tiene que protegerse una vivienda? Parece que una vivienda no debería ser protegida sino todo lo contrario: protectora. Es decir, debe proteger: contra el frío, contra la lluvia y contra los pelmazos. La vivienda es abrigo, amparo y barricada. La trinchera de la propia mismidad, el saco terrero que detiene el proyectil de las malas intenciones del prójimo, el pabellón donde damos brillo a las armas para afrontar el combate de la vida. Todo eso es cabalmente la vivienda, plaza fuerte en la que defendemos nuestra fragilidad. Si esto es así ¿a qué viene lo de vivienda protegida? ¿cuál es exactamente el peligro del que debe guarecerse una vivienda? Y, en fin, ¿quién ejerce de protector? Vayamos con esta última: el hecho de que las autoridades hablen de este asunto y de que añadan el adjetivo oficial, permite concluir que son ellas quienes han tomado a su cargo la función caballeresca de proteger a las viviendas como si se tratara de doncellas menesterosas o pudibundas expuestas a serles arrebatado el marchamo íntimo de su virginidad. Se habría engendrado así una orden andante nueva, la compuesta por unos alcaldes o ministros que, cual renovados amadises o palmerines, saldrían a la calle, desafiantes, a la búsqueda de una vivienda en peligro para ampararla con el manto de sus decretos y de sus eficaces ocurrencias leguleyescas. Si, en vez de una vivienda aislada y en descampado, encuentran un bloque entero con sus bolsas de basura en la puerta, sus ascensores y sus goteras, entonces miel sobre hojuelas porque la capacidad de administrar el bien habría ganado en extensión y en garantía de acierto. Se trataría como digo de renovar el papel de Beltenebrós o del Caballero de la Verde Espada que ya no puede ejercerse a la manera medieval pues quedaría un poco antiguo y sobre todo inútil ya que tampoco se sabría si las doncellas son en puridad doncellos o las dos cosas a un tiempo, en una de esas muestras de hermafroditismo tan fecundas y sugerentes que la postmodernidad nos depara. Contestemos ahora la otra pregunta: ¿de qué o de quién han de defenderse las viviendas? Quien entienda de estos achaques sabrá que el peligro que estas corren cuando salen solas a la calle es el representado por muchos de esos especuladores y por muchos de esos constructores que se sitúan en una esquina para tentarlas con sus ofertas seductoras. Son seres que practican encantamientos como es esa habilidad tan suya de instalar grifos que bien pronto dejan de manar agua o la muy celebrada de colocar baldosas que se mueven y agitan en permanente desafío al equilibrio de los inquilinos. O ventanas que cumplen con desgana su rutinario oficio de impedir el paso del aire. El máximo embrujo, sin embargo, lo alcanzan a la hora de fabricar grietas y goteras: aquellas, risueñas, de caprichosas formas, juguetonas, burlonas, auténticas huchas donde podemos guardar esas esperanzas del futuro que son los boletos de las quinielas; estas, las goteras, cadenciosas, rítmicas, ejecutantes de un divino juego cantarín de aguas, pleno de evocaciones morunas y de atardeceres quietos. Recapaciten sus mercedes, los nuevos caballeros, si de verdad es necesario privarnos de estos embrujos protegiendo las viviendas como si fueran nidos de jilgueros.