Diario de León

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A ESA ESTACIÓN que se encajó en el arrabal urbano de Renueva, estación que ahora dicen de Feve, se la llamó en esta ciudad «estación de Matallana» de siempre porque ese tren de vía estrecha se llama como le apetece según sitios y gentes. También se le dijo «ferrocarril de La Robla», aunque eso fuera sólo un ramal, «tren de Mataporquera» también o, más comunmente, «tren hullero» que era «tren botijo» en los veranos de remojo con tortilla en el Torío y con tropa ruidosa de guajes con calzón corto cantando muy falangistamente el Montañas Nevadas camino de su campamento en La Vecilla. A ese tren con su estación van a soterrarlo en este su término. Le nacerán encima pisos, viales, cuartos y comisiones. Hay frotamiento de manos; y en mi corazón de crío, una pena larga. Ahí enterraré también mis tres memorias: lo que vi, lo que no vi y lo que imaginé, pues todo ese lugar fue patria de juegos y escaramuzas en mi infancia de barrio y escuela (colocábamos sobre el raíl una punta gorda y, pasado el tren, se convertía en una hoja de navaja o en el rejo de una lanza que hacíamos con vara gorda de palero como si fuera venablo para abatir jabalíes). Enterrado este otro paisaje, parece que estamos en esta vida para cantar responsos y recitar mementos de difuntos. Es manía esto de enterrar; en ello nos empeñamos. En el polígono de Vidanes se empecinaron en crear una empresa que enterraba el prado bajo techo para cultivar forraje hidropónico; qué linces; al tercer día, ni resucitó ni nada; al carajo se fue el invento por despreciar y escupir al cielo de los altos puertos donde crece un pasto de privilegio que nadie pasta. En eso de Enervisa soterraron la hierba; y ya viste. Hasta los ríos quisieran soterrar algunos alcaldes ribereños por ver de sacar suelo urbano para aparcamientos, polideportivos o rosarios de mucha aurora (lo mismo que el tanatorio, el Bernesga por León no está soterrado del todo, pero es difunto de córpore insepulto). Y así vamos. Enterranos trenes, estaciones, prados y arroyos; soterramos la economía. Y como toda perplejidad es susceptible de rizarse aún más, aquí va la gran paradoja: cerramos las explotaciones subterráneas de carbón, que son lo propio, y ahora sólo pitan las codiciosas escarbaduras a cielo abierto que trillan paisaje y agotan la reserva estratégica. Sagaces somos.

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