CRÉMER CONTRA CRÉMER
De Francisco se diluye
VAMOS A VER si tenemos suerte y por una sola vez y que sirva de precedente, aparece lo que quiero decir en su correcta versión informativa. ¡Que Dios reparta suerte! Porque es que me dispongo a abocetar un comentario a favor de un personaje muy debatido, muy peleón y por tanto lo suficientemente importante como para ser tenido en cuenta y para que al cabo de su quehacer de cada día advierta que ha conseguido añadir un nuevo rival o contradictor o enemigo político a su censo particular. Quiero referirme a Don José María Rodríguez de Francisco, que algunos conocen con el sobrenombre juvenil, que por cierto no hace al caso. Este señor, vecino y conciudadano, en un día, se supone que feliz para el presente y el futuro de León, inventó un Club o Partido político, con todas las agravantes, riesgos y sacramentos. Y le llamó Unión del Pueblo Leonés, respondiendo a un movimiento que sin duda comenzaba a tomar cuerpo real, saltando por antecedentes que nacieron y después de un tiempo de agonía acabaron muertos y sepultados. O caídos en la indiferencia, que es otra de las muertes que suelen amenazar el futuro de los pueblos, de ciertos pueblos, como el nuestro. Y mediante jugadas de mucho ingenio, el «Fundador» del partido consiguió efectivamente crear un cierto estado de fe. Hasta que en unas elecciones democráticas, y sin esperar la opinión de los criadores de arañas negras, que también las hay, el favor público derivó hacia otros sectores. Y el partido de Don José María se quedó en el esqueleto. Lo que no quiere decir nada ni a favor ni en contra, solamente que disminuyó de volumen y de densidad económica. Y sin dinero ni hay partido que prospere, por muy ingenioso que se sea, ni hay barcaza que navegue ni por el Bernesga ni por el Torío. Se reunió en última instancia el personal restante, después de la derrota y se acordó que en resumidas cuentas tampoco era necesario un presidente carismático para alcanzar los primeros escalones del Alcázar de las Perlas y se procedió al nombramiento de aquellos que habrán de continuar la obra comenzada por Don José María Rodríguez de Francisco. Y oiga, el que suscribe, que es absolutamente independiente, siente esta alteración política, porque León no está para perder apoyaturas, sean éstas del color y del género que fueran sino para unir a todos los vecinos, para mover voluntades y enderezar los rumbos. O sea, que siento que, en un rapto de desesperación, Don José María Rodríguez de Francisco se salga por lo de diluirse. Dramáticamente declara: «Si quieren que me diluya lo haré, me disolveré»...Sospecho que no faltará quien aproveche la ocasión para ejercer de miserable y piense o diga: «Pues que se disuelva». Naturalmente que no soy yo quién para conceder méritos ni para garantizar galardones, pero no puedo evitar, cuando, mirando hacia atrás sin ira, advierto la presencia de algún necio mudable, que consiga cierto placer en derribar correligionarios. Una anécdota histórica al respecto: «Eran los tiempos de Rosales y Eguiagaray. Y dos de los figurados en la lista de los liberales se insultaron de tal modo que acabaron agrediéndose. Resultó cojitranco Don José Eguiagaray el cual, cuando los vecinos le preguntaban: «¿Qué le ha sucedido, Don José». Respondía: «La coz de un mulo». Pues eso.