CRÉMER CONTRA CRÉMER
El día de los museos
SE HA CELEBRADO en toda España el llamado Día de los Museos, yo no sé si en homenaje a todos aquellos que hicieron posible estos establecimientos dedicados a almacenar obras de arte y armas y animales más o menos vivos y coleando, o como signo de gratitud para quienes les mantienen abiertos. Confieso que me siento enternecido cada vez que me es posible visitar un Museo y como declaración de principios tal vez sea oportuno decir que cuando asisto a algún acto o cita en la capital de España, lo principal en mi programa es la visita del Museo del Prado, centro universal de expresión cultural, válida para todos los públicos. Lo que sucede con los museos tal vez, quién sabe, es que así como lo poco enfada, lo mucho apaga... Un pueblo al cual no se le concediera alguna vez la posibilidad de disponer de un lugar en el cual se contengan signos claros de cultura, inevitablemente acaba por no saber. Lo contrario, digo, cuando a este mismo pueblo, le salen Museos hasta en la sopa, de esto, de aquello, de lo de más allá, solamente como medio para satisfacer ideografías desnortadas o para cubrir generosamente los cálculos económicos que movieron la idea de instalar un nuevo Museo donde ya se cuenta con los que mejor convienen a la salud cultural del poblado. Y no lo digo para mal, sino todo lo contrario. Porque el exceso, la demasía, puede provocar la rutina, el cansancio y la indiferencia. Ya lo decía el clásico: «Museos sin demasía / que el excesivo museo / dejando de ser necesario / raya mucho en la manía». El Museo, como la Biblioteca, no debe exceder de lo necesario, ni quedarse en lo mínimo. Una Biblioteca que solamente sirva para contener libros, sin otra acción que eleve y enriquezca el mero hecho de asistir al centro, acaba por aburrir y por precipitar su clausura. Al lector, sobre todo el no habitual, hay que proporcionarle ayudas, servirle lecciones, descubrirle en resumen las claves para el entendimiento claro y provechoso de lo que lee en los libros. A los Museos les sucede exactamente lo mismo: No basta con disponer de locales de presentación de obras de arte si no acompaña a esta aportación cultural la indispensable de explicar el oculto mensaje que toda obra de arte comporta. Hubo un tiempo, en este territorio nuestro, en el cual los alcaldes, movidos quizá por la insistencia de algún predicador gratuito, decretó la apertura de Bibliotecas de Barrio, a fin de acercar a todos los habitantes del poblado, incluso los más alejados del centro neurálgico de la cultura oficial, a ese inagotable manantial de sugestiones que es el libro. Y recuerdo que hasta se llegó a inaugurar alguna biblioteca, dejando en cartera para mejor ocasión otros barrios inscritos en el plan. Como una biblioteca que sólo ofrezca libros es como un jardín sin flores, la biblioteca acabó cerrando. En este sagrado lugar en el cual vivimos, aparecen registradas cerca de veinte salas y centros de exposición. Y últimamente hasta se ha inaugurado en algún poblado de cercanías, un museo para la exhibición de animales, ni vivos ni muertos, como complemento especial de los espléndidos centros levantados en distintos enclaves de la Ciudad. Pues bien, o por mejor decir, pues mal: Hemos asistido a muy notables exposiciones a las cuales no se acercaba, ni siquiera por curiosidad, el pueblo para el cual se habían abierto y se mantenían. Les faltaba, señor, la palabra.