CRÉMER CONTRA CRÉMER
La vivienda es un derecho
BUENO SÍ, la vivienda será un derecho, pero lo cierto es que así como el que no tiene padrino no se bautiza, el que no dispone de numerario suficiente para pagarse una hipoteca, se queda en la calle como los pajaritos, o en casa de sus padrecitos, que Dios guarde. La vivienda forma parte del catálogo de promesas de que se dotan todos y cada uno de los señores o señoras empeñados, no es proporcionar un techo bajo el cual los míseros, ay de mí, puedan defenderse de los gañafonazos del clima para canónigos que tenemos en León y en otras comunidades no menos dotadas de hielos, sino en dar con el truco del almendruco para ilusionar al joven en edad de formar pareja sentimental con quien sea, y conseguir de ese modo una segunda vivienda remunerada: así una diputación en Cortes, una alcaldía, una jefatura y hasta una concejalía de esas que ya saben ustedes que no van a ninguna parte. Cuando aquel santo varón ferrolano consiguió, a fuerza de tirar tiros en Marruecos y en Asturias, hacerse con el santo y la limosna de la gobernación de esta santa tierra mártir que es España, lo primero que añadió a su programa fue aquello tan de encantador de serpientes, «ni un español sin techo, ni un español sin pan». Y a partir de entonces, ascendió en la escala social y económica un misterioso personaje salido como de las entrañas de la tierra: «El hombre del ladrillo», o sea, el constructor. Apoyado en la doctrina absolutamente cristiana de dar posada al peregrino, se impuso la tarea católica y sentimental de proporcionar a todo español, en perfecto estado mental, una vivienda, un puesto a la lumbre, un techo bajo el cual poder soñar, amar, dormir... Consiguió mediante manejos de auténtico taumaturgo, que se le atribuyeran derechos sobre el suelo municipal, como si éste, el suelo, la tierra, el sol, la luna, formaran parte del patrimonio personal del imperioso manipulador, y puso precio a la tierra, a la tierra de todos, a la tierra municipal y espesa. Y el que pretendió una vivienda tuvo que encomendarse al santo de su devoción o a sus ancianos padres, sacándoles con ganzúa los medios necesarios para que el señor y dueño del cielo, de la tierra, del ladrillo y del barro. Le vendiera un lugar estrecho pero suficiente donde montar el negocio del matrimonio entre seres de distinto género o entre otros que sin ser de distinto género y número, estaban dispuestos a dejarse la herencia en la faena, por conseguir al fin el lugar bajo techo, que le había sido prometido en el período de elecciones. Y el constructor, con la valiosa colaboración del político que anda por el mundo solo, se hizo de oro. Y el político, ya de oro fino, se hizo de diamantes, diamantes que, como decía Villaespesa, fueron antes de amantes de su mujer o teóricamente del pueblo. Y el pueblo, como siempre, se quedaría a la intemperie, «cara al sol» eso sí, pero en la puta calle, sin techo, sin pan y sin lumbre. Y en esas estamos. Nos anuncian los sabios del cielo raso que durante el próximo ejercicio político, con Zapatero y sin Zapatero, el precio de la vivienda y el de las tasas catastrales alcanzará alturas estratosféricas y el ocupa seguirá jugándosela con la policía de barrio si quiere disponer para él y para la «morra» de su compañera un techo bajo el cual ejercer su función soñadora. Y todos, incluso los que andan por el mundo con cierta soltura, se verán cercados, asfixiados, por los emperadores del ladrillo, los constructores, con la colaboración valiosa de los políticos de chicha y nabo.