Diario de León

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EN EL PRINCIPIO fue la feria, el verbo encarnado del pueblo que vende vaca o compra jato; y después se inventó la fiesta, que es la forma cabal de cerrar un trato, así que feria sin fiesta se queda tuerta y feria sin fiesta es ruindad barata y negocio sospechoso. Esto que dicen fiestas en la capital nunca fueron tales, que el jolgorio oficial de la ciudad fueron siempre fiestas de agosto, Virgen por medio y toros en la plaza de Regla. Esto de san Juan eran ferias, ganado traído, mercadería tendida y un día no muy lejano decidieron convertirlas en festorro oficial. Después, anteayer, decidieron quitarle lo de «ferias» y se desustanció la cosa. Y como tampoco son fiestas, porque en espectáculo se quedan para sembrar por las aceras bocas abiertas o dientes apretados, pues no tenemos ni lo uno ni lo otro y así andamos, de mirones, despistados o aburridos. Vuelva, pues, la feria, que un tiempo consumista como este lo celebraría. Vuélvase la vista atrás a una tierra que conserva ejemplos arquitectónicos de cierta rareza que no se ven en otras partes, la «iglesia-mercado», esto es, iglesia con atrio prolongado en caedizo o portalada para sombrear y guarecer ganados y mercaderías (dos ejemplos de admirar son Santo Tirso en Pedrosa del Rey o Luyego en Maragatería). De esta forma, sin salir del recinto sagrado que también alberga concejos, se cumplía la fiesta en todas sus fases: rezarle a la patrona y procesionarla, mercar en la feria después y rubricar finalmente el trato bailando un vermú y zampando sin duelo y con roscón de postre. Eso de rezar primero era preceptivo. Dicen los musulmanes, de los que este país conserva un ramalazo, que el comercio es ciertamente un arte innoble y por ello y para absolver la trampa hay que rezar antes de cada negocio invocando la presencia de Alá para que confunda a una de las partes. Finalmente, absueltos por el Cielo y bien comidos de caldereta y hornada, se reposaba la tragadura en siestorro de escaño o espatarrando la cabezada a la sombra de un palero, se desperezaba uno con ablución de palangana, se peinaba y... a los toros, a burear un becerro, al tiro al plato o al concejal, a la carrera de cintas. Y, antes del regreso, a comprar los «perdones» para los que quedaron en casa, las avellanas, una cachiporra de caramelo, un pito para el guaje, un pañolón para el ama... Lo demás es...

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