Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Los rivales

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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EN ESPAÑA, sea por nuestra propia naturaleza, por los malos vientos o por las derrotas del Real Madrid, todos somos rivales. El rival, como todos estamos obligados a saber desde que nacemos, es uno de esos genes que se acomodan en algún rincón de nuestra biología y allí permanece hasta que la muerte le suprima. En España, el que no consigue ser rival de algo o de alguien no es nada casi nada. Y en todas las actitudes, comportamientos, compañías y vecinos está el rival que nos sigue y persigue, que nos caracteriza y nos construye. En esta España convulsa y difícilmente gobernable, al que no le acompaña siquiera la sombra de un rival, queda de cuadra. Y todo ser humano que no consigue labrarse un rival al cabo de un tiempo acaba muerto difunto. Y hasta sin sacramentos, hasta la tumba. Cuando Don José Zorrilla, el poeta vallisoletano y nacional más importante de la época, dio en mostrar su rivalidad ante el cadáver de Larra, no se le ocurrió otra necrológica más piadosa que la que dijo, con aquella grandilocuencia con que repetía los versos de Don Juan Tenorio: «Nací junto a la tumba de un malvado / y mi cantar primero fue a un suicida / augurio, por Dios, bien desdichado»... Y así, en la pincelada nacional más característica, -los toros-, con Joselito y Belmonte; en la política, con La Cierva y Sagasta; en la literatura, con Ortega y Gasset. De modo que cuando, por alguno de esos accidentes memorables que sirven para la estructuración de una manera de gobernar, aparecen enfrentados, más o menos, populares y socialistas, o sea Rajoy y Zapatero, o cuando se produce en el desanimado calendario festivo de la España goyesca una boda o un nombramiento o un cambio de lo que sea, inevitablemente cada una de estas efemérides, tiene su obligado rival, su contrario. No por figurar como rival de alguien se es enemigo de ese alguien si no a veces todo lo contrario. De ahí que la mayor parte de la gente confunda la sana y positiva rivalidad con la envidia, considerada como vicio nacional. Nosotros, los de las históricas riveras del Torío y del Bernesga, hemos sostenido desde nuestra iniciación como región, como provincia, como ínsula o como quisieran que fuéramos los distintos, rivales de Valladolid. Cuando la Cultural comenzaba a pelotonear en el Campo del Parque ya nuestro rival más caracrizado y enconado era el equipo vallisoletano del Regimiento de Caballería de la ciudad pucelana. Y acudíamos a cada encuentro entre «ciudades hermanas», dispuestos a morir con los paraguas abiertos. Era la más peculiar de nuestras características. Confieso que todavía no he conseguido explicarme lo de la crisis del partido de Don José María de Francisco, o sea la Unión del Pueblo Leonés, que se ha partido por gala en dos o en tres, si no es por la acción maligna del virus de la rivalidad. Existía desde los graciosos tiempos de los pactos, la señal inequívoca de la existencia del terrible virus. Pero como sucede en otras ocasiones, pocos lo dieron importancia. Hasta que se produjo la explosión. El partido se fragmentó y al parecer solamente queda vivo ¡aunque agónica! La parte berciana del virus. ¡Vaya por Dios!

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