Diario de León

Gente del Camino | Como errantes peregrinos

Una carretilla de sueños

Tina Martín, una extremeña radicada en Barcelona, camina hacia Santiago arrastrando un carretillo con enseres: «Esta es mi cruz, quiero sufrir como sufre la gente del tercer mundo»

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Vicente Pueyo - león
León

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«Viva el pueblo de Granadilla/ y todos sus convecinos/ que dispersos en los caminos/ se encontrarán de momento/ buscando vida y sustento/como errantes peregrinos...» (Valentín González, poeta). Como errantes peregrinos... ¿Una premonición, un estigma?. Tina Martín nació en Granadilla, el Riaño de Cáceres. A mediados de los sesenta, buena parte de las tierras de su abuelo, y de tantos vecinos, se cubrieron por las aguas del embalse de Gabriel y Galán, una inmensa laguna fronteriza entre la antigua Vía de la Plata y las Hurdes. Mil trescientas personas se vieron forzadas a abandonar tierras y haciendas. A la vieja villa fortificada le nació un foso inmenso y las recias casas de piedra se poblaron de los peores fantasmas: los del olvido. Tina Martín vive desde hace muchos años en Barcelona con su marido y su hija pero ni los años, ni la vida, han sido capaces de saquear ni una curiosidad universal, ni una melancolía que le brilla en el fondo de los ojos y que parece anclada en los irrepetibles días de la infancia: «Me crié entre el algodón y las hojas de tabaco». O quizá sea la fatiga, el sudor que provoca arrastrar un carretillo hacia Santiago bajo un sol insolente. ¿Por qué? ¿No hay sistemas más fáciles de llegar hasta el Obradoiro? «La idea me vino al observar a los chinos arrastrar esos carros que llevan. Esta es mi cruz, quería sufrir como sufre la gente de lo que llamamos tercer mundo. Sí, quizá tarde en llegar, pero no me he marcado un tiempo. Si lo hago en mes y medio, bien; y si es en dos meses, también. Yo siempre busco la esencia de todo y éste es un camino iniciático». En su remolque , la impedimenta justa del peregrino: el saco de dormir, una pequeña tienda, útiles de aseo... y una capa de cachemir decorada por ella misma con las inevitables conchas en las que ha pintado santos y ángeles. «Hay seis ángeles que me ayudan a arrastrar el carro», comenta con convicción absoluta mientras se levanta la manga y muestra el hombro tatuado con su ángel de la guarda. Y, en el muslo, una mancha blanquecina de nacimiento: «Mira, es el delta del Nilo, aquí Gizéh, aquí Heliópolis...» Intenten abarcarla: diseñadora de interiores, lectora empedernida, poeta, estudiosa de las gemas... y un poco vidente. Asegura que vislumbra la hecatombe: «El hombre de nuestros días se cree tan prepotente... Está cometiendo el pecado que más ofende a Dios: el de la soberbia. Queda muy poco tiempo. Veo una explosión muy grande, en lo social y en lo geológico». Y se va, gritando al aire su lema: «¿Quién como Dios?»

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