Diario de León

CORNADA DE LOBO

¿Susto o muerte?

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CAEN COMO MOSCAS fumigadas y con el hambre abrazada a sus tripas, licuados los ojos, espumarajo seco en la comisura de los labios, sin fuerzas siquiera para cagarse en el destino. Mueren a miles. Así cada día. Los pechos de las madres no tienen más carne que una bolsa de cuero; pelleja al sol son esas ubres; y las piernas de sus criaturas, mimbre seco. Es la hambruna africana en Sudán, Somalia o Etiopía donde estos días cavan autopistas de fosas para sembrar en ellas esa muerte que rebrota segura y rutinaria cada año. Mueren a miles. Aunque macabra, lo de Irak es una broma. Allí la muerte es hija del hambre de enemigos y de la sed de venganza. En Somalia es biznieta del Apocalipsis; sopa de piedras come esa gente. Anteayer Colin Powell se dejó caer por estas ínsulas del hambre como queriendo demostrar que Estados Unidos no sólo entiende y se ocupa de áreas geoeconómicas de interés bastardo o países de los que chupa gasolina plantando bota. Llevó limosna, grano de excedentes, compasión en lata y polvo de leche, que es con el que los americanos joden el hambre de los demás. Sentó al pobre en su mesa, se hizo la foto, dijo adiós y volvió a su trinchera, esa que excavaron a todo lo largo de un oleoducto. En Irak la muerte sobreviene de repente en la esquina de una comisaría o al paso de un convoy. En Sudán la muerte no llega; vive allí y nadie la espanta; es de la familia. De un bombazo cualquiera muere en el acto, pero la del hambre es muerte lenta, despiadada agonía interminable, el infierno en la boca. Con sólo lo que cuesta un helicóptero apache, esas multitudes famélicas que cosen fronteras y huídas a ninguna parte verían paliada su hambre durante todo un año. Con ese helicóptero se volvió Powell a Irak para que el monstruo de la muerte pueda seguir escupiendo misiles. Mister Powell, que ya se han zampado la limosna. Qué voracidad; eso está bien, que no falte el apetito; mándeles otras latas y un trozo de palo para que roan estaca; son nadie en la logística, purrela anónima que no quita el sueño... Los cadáveres del hambre van a la cuneta de este tiempo donde no estorban al tráfico. Los cardos que nacerán de sus despojos acabarán borrando las huellas del crimen. Y al chófer le han dicho que no detenga la marcha, que no mire, que acelere.

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