CRÉMER CONTRA CRÉMER
La voz de la gente
LA GENTE, sus gentes y las gentes fuera borda, esperaban con ansiedad la voz y la palabra del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ya en lo alto del Monte de las Revelaciones, con las tablas de la ley en la mano. Y dijo: «Que el partido no sea el eco del gobierno, sino la voz de la gente». Y durante un instante verdaderamente sacral las gentes guardaron silencio. Y al término de su reflexión, se entregaron al aplauso decisivo. ¡Esta debía ser la doctrina! Al fin se nos deparaba al común de vecinos lo que necesitábamos escuchar, lo que necesitábamos comprobar: «Teníamos voz y durante tiempo y tiempo se nos había negado, hasta construir con tanto silencio el tipo de sociedad a la que al parecer aspiran los muchos tramposos que en el mundo han sido». La frase establecida por el Secretario General del Partido reinante y gobernante, tiene un contenido, una vibración, que conviene retener y extender a fin de que todos nos demos cuenta de que efectivamente, si la proclamación se cumple, algo habrá cambiado en los usos y costumbres de la dirección del País. Porque los españolitos madre, nos guarde Dios, necesitábamos saber que teníamos voz real, no la que se nos prestaba, debidamente enmascarada de democracia, durante los tiempos de elección, sino la voz de la verdad, de la realidad, de las necesidades auténticas que exigen remedio. Durante años y años, por unas causas o por otras, y en ocasiones hasta sin causa ni razón, los españoles hemos vivido, si a eso se le puede llamar vivir, en silencio obligado. Cuando en los momentos más soberbios y tiránicos se nos sugerían o imponían normas que instrumentalizaban de hecho, ya que no de derecho, una forma de sumisión forzada, se producía inevitablemente una sociedad sin pulso y sin temperatura. Nos limitábamos a hacer más densa la oscuridad para que no nos vieran, para que no nos descubrieran. Y si, como por accidente, alguien emitía alguna frase o simplemente una palabra que no apareciera en el Catecismo editado para traducir el lenguaje de los silencios múltiples, el osado se convertía en una especie de forajido perseguible hasta su eliminación. Las gentes de la España peleona no tenían voz y los que hablaban por ella, lo hacían invirtiendo el sentido y el sentimiento de la palabra. Parece ser que eso puede estar a punto de acabarse. El leonés Zapatero lo ha prometido y lo que promete lo cumple siempre. ¡Dejad que la voz de la gente se manifieste libremente y nos acercaremos a la sociedad de las libertades que necesitamos, también ahora o sobre todo en las circunstancias que nos rodean! Y evitad el riesgo de que los consabidos manipuladores del lenguaje, cambien el sentido de la palabra clave, y como dijo el poeta: «Donde decíamos ¡a las urnas! Sigamos entendiendo «¡a las armas!». Puede ser que haya llegado el momento de establecer contacto con las cosas, con las gentes, con la palabra. Pero ¡cuidado! No confundir ni las cosas ni las palabras. Porque como dejó escrito en su testamento literario Vázquez Montalbán: «Las tres cuartas partes del tiempo no se halla uno en contacto con las cosas y si solo con las cochinas palabras que las representan».