El mismísimo
PARAJÍS es pueblo berciano que cae donde san Roque perdió las sandalias encajándose en la subida de un paso menor que hay entre León y Lugo. Tiene un iglesia de humilde coquetería de apenas dos cuartas. Allí se le reza a un curioso «santo», el único que comparece en aquel recinto que un día fue totalmente desnudado de tallas y retablillos. Se lo llevaron todo cuando el obispado decidió dejar fuera de culto el recoleto templo. Aquellas gentes fueron siempre de poca renta y de mucho pan de centeno. Y ya se sabe, comulgar todos los días con la pobreza empacha la fe o la atraganta. Y si la fe racanea, mengua el cepillo, así que apaga el cirio y vámonos, debieron pensar en la curia. Se lo llevaron todo. No quedó imagen alguna, ni siquiera una tablilla burda de viacrucis de pared. Nada, salvo una talla de madera que perteneció a algún retablo y en el desmontaje se fue al cuerno; y como la talla era de un Satanás colorao, allí la dejaron sin duelo pensando que una cosa tan fea no valía el arreglo. La gente del pueblo, es decir, las paisanas, que para el plañir y el rezar se pintan solas, siguieron yendo a rezar a la iglesia desconsagrada y aquella única talla del despojo la entronizaron sobre el altar. Era el único «santo» que restaba de aquel retablo bendito al que siempre rezaron para clamar por un milagro que nunca llegó o por la salud que, por el contrario, les vino a carros para que resistieran hasta el último día de sus vidas pujando como mulos. La gente sabía perfectamente que aquella talla era «o demín», el demonio, el mismísimo diañu, Lucifer en persona y roble mortal. Y le rezaban; por si acaso, quizá, pero le rezaban y creo que aún le rezan. Seguramente le siguen pidiendo los mismos milagros que el retablo entero jamás brindó a sus antepasados y hay por allí quien piensa que este «santo», el mismísimo, oficia con más largura de dones y que la vida ha cambiado a ojos vistas; se producen hechos asombrosos, verdaderos milagros; una vida que, comparada con la anterior, es hoy regalada. Porque si no es milagro que Manolín «el Mastuerzo» ande con un toterreno de diez millones, que baje Dios y lo vea. ¿Le rezaría a «o demín»? No se rían, decía una paisana, no se rían, que también ustedes le rezan al demonio y lo tienen colocado a interés variable junto al altar de su cuenta corriente.