Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

La risa va por barrios

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VICTORIANO CRÉMER
León

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¡MIRE USTED que yo quiero al pueblo de San Andrés del Rabanedo! Cuando posiblemente ninguno de los que en la actualidad le gobiernan y enjuagan había nacido, ya andaba yo en pos de mis propias huellas por San Andrés del Rabanedo, en donde por cierto vivía la que tiempo después sería madre de mis hijos y naturalmente abuela de mis nietos. San Andrés formaba, a mi cortoso entender, lo que cabía por considerar poblado con futuro: Disponía de territorio, se construían viviendas y la población crecía y crecía, alegre y satisfecha. El que sería mi suegro y su manada residía en San Andrés y tenía el título de caminero. Era pobre pero honrado. Peor para él. Y así que le llegó la hora de morirse, lo hizo sin aspavientos, dejándole a la compañera-esposa, sola, fané y descangayada, con cuatro o cinco hijos al costado. De modo que todos, así que consiguieron ponerse en pie, buscaron un trabajo y comenzaron a vivir honradamente, como les había enseñado su padre y el maestro de San Andrés, que, por entonces era un Pinto Maestro abuelo del autor de la letra del himno de León. ¡Cuántas vueltas da el mundo! Había, pues motivo para que yo distinguiera de entre mis aficiones provincialistas a San Andrés del Rabanedo con mi admiración, con mi frecuencia y con mis mejores deseos de prosperidad y gloria. Como respondiendo a estas premoniciones mías, San Andrés ha llegado a ser lo que es, la tercera porción de León más numerosa y activa. Entre las señales claras de su cultura y de su sentido humanitario de la administración, ha creado un Taller de la Risa. No un taller de risa sino para la creación de la risa en ese ser huraño que es el ser humano. Porque, según los doctores más avezados y más perspicaces, la risa es una de las formas de recuperación de la ilusión perdida. El hombre que ríe es, además del título de una novela famosa, un peregrino hacia la dicha. Aseguran los dignos planificadores de la felicidad en San Andrés que la risa es indispensable para dominar estados de ánimo tan lastimosos como la depresión, la ansiedad, la movilización de los precios de las cosas y la amenaza de la invasión de los tristes navegantes de las pateras del Bernesga. La terapia de la risa, ha siso establecida como la principal para sacar al hombre y a la mujer perdidos en sus propias confusiones de sus hundimientos psicológicos. ¡Hay que reír! Y para que los ancianos de la villa lo consigan, la Municipalidad de San Andrés ha montado unos talleres en los cuales se produce risa. Hasta el Departamento de Fisiología de la Universidad ha tomado cartas en el asunto y se dispone a colaborar con el Ayuntamiento. Se acabaron los viejos tristes. Y al cabo de un metódico ejercicio, la sociedad estará compuesta por ancianos que se carcajean de un entierro bien formado o de la ruina del vecino. Podrán ser o no solidarios, pero serán lo que sean alegres, dicharacheros y risueños. La iniciativa del Ayuntamiento de San Andrés del Rabanedo, nos ha conmovido y nos ha descubierto la clave fundamental para alcanzar la parte de felicidad que puede correspondernos en esta tierra tan disoluta y energuménica, surcada por guerras y amenazada siempre de acabar con las botas puestas. Y quizá sería interesante comprobar que ninguno de los profesionales políticos que de un modo o de otro se encargan de ofrecernos la felicidad, ninguno, ha incorporado a sus programas la infalible terapia de la risa. (A continuación compongan ustedes el chiste de la risa en la vida de los pueblos).

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