Diario de León
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ANTONIO CASADO
León

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ANTES de ir cosida a la imagen del nuevo presidente del Gobierno, la palabra «talante» se utilizó para caracterizar al sucesor de Aznar, Mariano Rajoy. Era una forma de distinguirlo del estilo bronco de aquel. Sin embargo, es el propio Rajoy quien ahora la utiliza de vuelta contra Zapatero, que a su vez centró en ella la clave de su futura forma de gobernar. En el verbo socarrón pero nunca insultante de Rajoy, la palabra 'talante' es el celofán donde éste envuelve los dardos dialécticos que lanza al presidente del Gobierno. Si dejamos aparte esos pellizcos de monja propios de la esgrima política, hemos de constatar que tanto del uno como el otro, los dos primeros actores de la escena política alumbrada el 14 de marzo, se puede predicar el espíritu y la letra de la palabrita de moda. Son Rajoy y Zapatero, nada que ver con Aznar en ese sentido, y por eso les cuadra a ambos, dos personas deshabitadas de modos abruptos. Razonables, con sentido común, que no se sienten especialmente gratificados por romperle las piernas al adversario para echarlo del campo y ganar ventaja en el juego. Esa es una cualidad que uno jamás atribuiría al anterior presidente del Gobierno. Y, por tanto, una buena noticia para los millones de ciudadanos que, por encima de sus preferencias, desean recobrar un clima donde el contraste de proyectos no derive en el insulto o el desprecio del adversario. No contribuye mucho a esa recuperació n del sosiego la desdichada comisión parlamentaria del 11-M. En mala hora se constituyó sin que ni Zapatero ni Rajoy la desearan. Les faltó una sentada mano a mano para impedirla. Las desafortunadas declaraciones del ministro Alonso cuando dijo aquello de que había habido «imprevisión política pero no policial» y la igualmente extemporánea obstinación del PP -no dejar por mentiroso al Gobierno Aznar, algo de dudosa y en todo caso póstuma eficacia-, precipitaron una situación tan absurda como la que estamos viviendo al terminar cada una de las sesiones de la comisión. Zapatero y Rajoy, buen talante, buen rollito, incluso entre sí, sin dejar de hacer los deberes del que gobierna y el que se opone, cuentan las horas para cerrar cuanto antes este episodio de pescadores en río revuelto donde nada realmente nuevo se va a desvelar. Nada que no esté en la mente criminal de los autores de la barbaridad del 11 de marzo.

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