CRÉMER CONTRA CRÉMER
Ponferrada a la vista
LO BUENO o lo saludable que tiene vivir muchos años, es que te da tiempo a muchas cosas, como por ejemplo, a contemplar el proceso biológico de las Ciudades. Las Ciudades, en resumidas cuentas y al cabo de muchos análisis y confrontaciones, se hacen con hombres. De modo que así que nos es dado contemplar la panorámica de una urbanización ciudadana e incluso de algún lugarejo cargado de tipismo pero inservible para la vida moderna, conocemos, si no estamos cargados de prejuicios y de convencionalismos, cómo son los hombres que la habitan. O lo contrario: sigue la biografía humana de los seres más característicos de un poblado y llegarás a conocer, cómo es la ciudad que habitas. Hay pueblos, dirá el caminante, para quedarse, para estar, como esta formidable y poderosa Ciudad en obras que es Ponferrada, sin duda uno de los enclaves principales de la geografía leonesa. Cuando el peregrino, que anda contando los metros que la faltan para el cumplimiento de su promesa al apóstol, alcanza los ribetes verdes que rodean a Ponferrada, abrumado por la magnificencia de la Ciudad y seducido por la gentileza y hospitalidad de sus gentes, considera que su misión ha sido cumplida y rubrica: «¡Aquí me quedo!». Que es lo que a mí me ocurrió días pasados cuando, acudiendo a la entrega de los nombramientos de galardonados con el Premio Ciudad de Ponferrada volví a la ciudad, capital del Bierzo, después de algunos años de haber pasado por sus calles, rutas e invitaciones. Y obtuve la sensación de que aquella Ciudad que se desplegaba ante mí, plena de sol y actividades múltiples podía ser la misma que se me ofreció medio siglo antes, pero con otras vibraciones, con el pulso más alterado, con la voluntad a la vista de su vocación de referencia leonesa de un singular paralelismo con lo que los tradicionalistas daban por entender la identidad leonesa. Allí su ancha cordialidad, su sentido dionisiaco de la vida, su vocación de empresa fundamental cargada de futuro y, como el leonés tópico, reclosa no obstante y contradictoria. Era una ciudad que se está haciendo, una ciudad joven, una ciudad necesaria, con genes dispuestas a la pelea por la vida. Sus calles habían adoptado planificaciones ambiciosas, sus parques abandonan su condición de jardines de pueblo, para convertirse en frondosos, anchos y cómodos lugares en donde el caminante y el vecino cansado puede recuperar sensibilidades y descanso del guerrero. Ponferrada es algo más que una ciudad subalterna y si el tiempo lo permite, naturalmente con superior permiso, alcanzará en breve el rango superior a que aspira y se merece. Confieso que soy un apasionado de esa tierra milagrosa del Bierzo, y que alguno de sus hombres más esclarecidos siguen figurando en mi agenda de grandes maestros de todo. A lo sumo, como otra parte les sucede a la mayor parte de los pueblos de la España en llamas, me preocupa, su posible derivación hacia un entendimiento parcial y corrompido del arte de gobernar. La política, que es la profesión más atractiva, puede convertirse sin embargo en motivo negro de rivalidades eternas en estados negativos en los cuales acaban por sumirse y consumirse pueblos que iban para más y en nada se quedaron. ¡Defiende Ponferrada, con puño de hierro como tus puentes fundadores, tu enorme y gloriosa gana de vivir!.