La mujer infeliz
ÉSTA NO es una crónica de sucesos. Es la crónica de un vacío sociológico. La muerte de Carmina Ordóñez ha sido esa noticia que te hace poner la radio para saber qué ha pasado. Quizá porque teníamos la sensación de que era inmortal. Quizá porque era como de casa, de verla tantas veces, a todas horas, durante tantos años, en el cuarto de estar. Quizá porque sabíamos todo de sus amores, de sus amantes, de sus hijos, de sus fracasos y sus depresiones. Dentro de la fauna que grita en las tertulias, se desgañita en los espectáculos nocturnos de la tele y trafica con amoríos fabricados en busca de los millones de «Tómbola», «Salsa rosa» y otras marcas, la Ordóñez era lo más presentable. Por lo menos, se sabía de su familia, educó a sus hijos y consta que sabía leer y escribir. Era la zona alta del sector social del famoseo. Hubo un tiempo en que marcaba frontera: más allá de su persona empezaba la Corte de Mónaco y la sangre azul. Y quizá le corresponda el honor de los pioneros: Carmina ya estaba en la crónica rosa antes de que fuera poblada por el cutrerío nacional. Por todo ello se convirtió en un icono de este tiempo, de los paparazzis, de las revistas del corazón, de la telebasura. Si usted me pregunta qué oficio tenía antes de colaborar en Tele 5, no lo sé. Supongo que de las exclusivas, pues cuenta la leyenda que, por vender, vendió incluso la historia de los malos tratos. Pero ¿qué importa? No sabemos de qué viven la mayoría de los zánganos que ocupan tantas horas de televisión y forman el fondo más nutrido de la subcultura española de este tiempo. Ella era Carmina, hija y madre de torero, que amó mucho y sufrió muchos desamores, y no necesitaba más. ¿Una mujer feliz? No lo creo. No puede ser feliz quien ha sufrido tantos desengaños, ni quien vive pendiente del micrófono y la cámara que la asaltan en cada esquina, ni quien termina enganchada al somnífero. Tampoco lo puede ser quien se plantea la vida como un «tour» lleno de puertos de montaña, donde de pronto te quita el puesto en el podio de la fama una ramerilla más osada que dice acostarse con Beckham, un hortera extraído de la noche de Costa Polvoranca o una pilingui que ha salido de los jergones de «Gran Hermano». Ayer estuvieron de luto los programas del corazón. También tendría que estar triste la clase política: mientras este pueblo y muchos de sus medios informativos se ocuparon de Carmina, se olvidaban de los problemas nacionales. Hoy mismo, la gente hablará mucho más de su muerte que de la medalla de Aznar.