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EN LOOR de propios y con pancartas de adversarios y gentes en demanda arrivó Zapatero a su ciudad con toda la corte ministerial del reino, resma y media de seguratas y una certeza: Papá Noel existe. Se derraman los primeros dones que vienen a ser una carrada de albricias. Papes comienza a cumplir la ambiciosa promesa de un Plan Oeste, mientras los sorianos exigen un Plan Este que engrase esa veleta a la que marean con soplido o con soplete desde los cuatro puntos cardinales de una nación desnacionalizada y hecha fincas. Y cumplió también con la prometida celebración de un consejo de ministros en la capital leonesa, pese a que haya quien piensa que estos consejos de verano arrimados a casina recuerdan aquella insistencia franquista de reunir cada año al Consejo en el Pazo de Meirás antes del inicio de las vacaciones oficiales, aunque cambiando la tradicional partida de golf de aquel caudillo en el campo de La Zapateira por un «par cinco» en el Húmedo, donde Zapatero emboca bien los hoyos porque juega en casa y conoce las caídas. Hay exultación y exaltación del triunfo y del derrame, porque arrimar sardina a la causa es lícito en una tierra en la que sólo sirven ascuas y donde a las sardinas les salen patas para cruzarla a toda prisa. El menú de inversiones ha debido de escocer a los populares, pues jamás se vieron por este Reino de la Languidez tantas carambolas de una sola tacada. El realato de obras, anuncios y previsiones se alargó una hora en boca de Zapatero como rebatina de confites. Tres mil millones de euros vienen a ser el gordo de esta lotería con sus pedreas colaterales, quinientos mil millones de pesetas que dejan pálidos aquellos doscientos mil que firmó Arenas para que se cumplieran finalmente ochenta, contando además que en esta ocasión no es lengua pactada y sacada a pacer, sino acuerdo de consejo ministerial para el que debe establecerse preceptivamente consignación presupuestaria, o sea, pasta certificada, la tela está en la talega y... amarraca pa la saca. Así que cierta euforia mal contenida le hizo exclamar a un peatón votante y aplaudidor de acera: ¡Zapatero, tú tía palante... y que ladren! Después exclamó lo mismo que aquellos chavales en la jornada del triunfo: ¡Zapatero, no nos falles! (que es errata, pues en realidad quiso decir «no nos folles»).

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