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Publicado por
JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS
León

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LEO en un periódico la crónica diaria de un escritor que va haciendo el Camino de Santiago. Cada día me pregunto cuál será el próximo susto. No hay en el relato ni un resto de espiritualidad. La anécdota se come todo asomo de trascendencia. No importa el significado religioso. Y cuando aparece, sale mal herido por la ironía. Menos mal que luego puedo reconciliarme con el Camino y su sentido. Asisto a las completas en el monasterio de Santa María de Carvajal de León. Las monjas benedictinas cantan como los ángeles y los peregrinos rezan de verdad. Al final, escuchan con respeto las palabras de la abadesa y se preparan para la jornada siguiente. En Piacenza me encuentro a un matrimonio italiano que ha recorrido el Camino. Me cuentan que esta oración vespertina, en el monasterio leonés, se les ha quedado grabada en el alma. Y pienso que ahora, como en los siglos pasados, cada uno encuentra en el Camino lo que lleva en el corazón. El cáliz Éste es año santo en Compostela. Pero la liturgia de hoy no evoca las anécdotas del Camino sino al apóstol que lo motiva. Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo, tienen grandes ambiciones. Su madre pide para ellos los puestos de privilegio junto a Jesús. El Maestro les pregunta si están dispuestos a beber su propio cáliz. Asusta un poco la rapidez con que aquellos dos galileos aceptan el desafío (Mt 20,20-28). Tomar el cáliz del Señor supone escuchar su palabra y acogerla como mensaje de vida. Significa seguir al Maestro como camino, creer su verdad y vivir de su vida. Tomar el cáliz del Señor significa apropiarse de sus valores e ideales, adoptar su estilo de vida y asumir finalmente su suerte y su muerte. Tomar el cáliz del Señor: ésa es la prueba definitiva que garantiza la autenticidad del discípulo de Jesucristo. Jacob, al que en castellano llamamos Sant-Iago, estaba decidido a beber el cáliz de su Señor. Ser vilmente asesinado por Herodes no era más que la consecuencia de aquella decisión. El trueque Tras el diálogo de Jesús con los dos hermanos, el relato evangélico nos ofrece dos elementales normas de conducta cristiana: 1396862068 «El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor». Para Jesús la grandeza no se mide por las riquezas o los honores conseguidos. La capacidad de servicio a los demás es la clave de la verdadera categoría personal. 1396862068 «El que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo». Tampoco la preeminencia se mide por los grados de la jerarquía o por la cantidad de poder acumulado. La nobleza y la prioridad se consiguen cuando uno se pone a disposición de los demás. 1396862068 «El Hijo del hombre no ha venido a que le sirvan sino a servir». Ese escandaloso trueque de valores no obedece a cobardía ante la vida ni a ladinas estrategias. Sólo la decisión de seguir a Jesucristo lo motiva y justifica. - Señor Jesús, que has venido para dar tu vida en rescate por muchos, escucha nuestra oración por intercesión del apóstol Santiago y enséñanos a hacer del servicio a nuestros hermanos el ideal y la norma de nuestro camino. Amén.

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