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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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FUE INÚTIL la concentración agrícola en Bruselas, como lo fueran en tiempos de parecidas tormentas, cuando se proponía la defensa de la fruta, del pescado o de la leche en verso. Los europeístas, con el capitán que les inspira, el señor Fischler, decretaron que el campo de León y sus islas debiera atenerse a unas medidas estrictas de producción remolachera, dado que lo que le sobraban a os habitantes de Asia, de África, de Oceanía y aún de La Cepeda, eran azúcares y sopas de leche de vaca. Y los severos jueces no dudaron un momento: ante la posibilidad de que los que especulan con la remolacha y con la patata y con el tomate, se vieran en apuros a la hora de los balances, convenía recortar la producción remolachera precisamente en lugares tan sobrios como España, según tenía demostrado en sus vigilas civiles, militares y eclesiásticas, a fin de que Europa, por ejemplo no se resquebrajara precisamente por do más pecado había. El señor Comisario, con toda su pinta o talante, que diría Zapatero, de obispo luterano, y sin que se le alterara ni uno solo de sus gestos más alevosos, desoyó por completo las protestas de los agricultores españoles, italianos, no sé si también franceses, alemanes y finlandeses y sin pararse en barras, firmó el «ukase» por el cual quedaba reducida la cuota de producción de remolacha en cerca de tres millones de toneladas, lo que equivale, según los técnicos, hundir en la miseria el sector. Los agricultores de la España amarga, naturalmente están encendidos de coraje y dispuestos a cualquier cosa para el mantenimiento de sus cuotas de producción, indispensables para una vida soportada sin demasiados quebrantos, pero mucho nos tememos que sus gritos como los del Tenorio de Zorrilla se perderán arrastrados por todas las aguas de la indiferencia o del cálculo. Y lo malo de esta concentración de normas es que los Estados, los Gobiernos, por muy socialistas que sean y por mucha prosa lírica que le eche José Luis R. Zapatero, no servirán de nada, y nos quedaremos sin remolacha, sin azúcar, sin leche y sin pulpos del Mediterráneo, porque, según los cálculos de Bruselas y de su monaguillo Fishler, es indispensable asegurar la estabilidad equilibrada de la producción para que no pasen necesidades los ricos de la comunidad. Por tanto, algunas voces, emitidas con sordina por leoneses aficionados a la protesta por la protesta y a las hambres por las hambres, insisten en dirigir los pasos de nuestro paladín en el gobierno, para que intente al menos mover a piedad a los insaciables y perversos miembros de la Organización Común del mercado del Azúcar. Y algo se supone que habrá que hacer para atenuar el golpe, aunque sea acudiendo a la piedra de las apelaciones al pie de la Virgen blanca de la Pulchra Leonina, que es a donde en última instancia acudía el pueblo pidiendo justicia, solicitando que se contemple el problema -porque problema es y gordo- con un poco de equidad, de justicia y de templanza, a la hora de dictar normas como la de la reforma del azúcar. Es cuanto humildemente queremos hacer llegar al Parlamento de la España otra.

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